Gabriela Pousa
El rosarino Fito Páez cantó para más de 3 millones de personas en el Obelisco.
Si la Argentina fue capaz de lograr una reapertura del teatro Colón como la que se vivió horas atrás, no todo está perdido. Posiblemente se dirá que es apenas un gesto entre un millón de cosas sin hacer y otras tantas deshechas a lo largo del camino, pero son los pequeños gestos los que marcan las grandes diferencias.
Y, esta vez, las diferencias estuvieron bien delimitadas: la gente, el pueblo, dejó de lado la conducta de sus dirigentes y supo estar a la altura de las circunstancias. Ejemplos que, es cierto, sin falsedades y lamentablemente, con el tiempo no suelen servir para un ápice.
Probablemente, la conciencia del festejo, los motivos no eran comunes a los miles de argentinos que se volcaron a las calles y ese hecho solamente demostró en principio la necesidad de vivir, aunque más no sea un par de días, en un estado de paz y de alegría. Como fuera, el mensaje para la dirigencia es de una transparencia supina.
Queda, desde luego, el inefable interrogante dando vueltas: ¿sabrán los políticos hacer una lectura correcta del mismo? Las dudas sobrevuelan. Es difícil olvidar la jurisprudencia en la materia.
La ausencia de la Presidenta en el Colón, el Tedeum en la Basílica de Luján, la apertura y cierre de los diferentes eventos puso de manifiesto que los Kirchner están empacados en tener su propio calendario, y más aún, su Argentina en exclusiva. Una geografía donde las cámaras no se distraigan de sus siluetas, donde la compraventa de aplausos dé resultados y donde, en definitiva, sean los únicos protagonistas. A un costo desmedido lo vienen logrando.
No hay demasiada diferencia entre los Kirchner y el mediático Ricardo Fort: todos necesitan del estrellato para sentirse vivos. Flashes, custodios, ostentación y una trama de enredos y ficciones en torno a ellos que los posiciona en los programas de chimentos más que en los noticieros.
Ya nadie descifra con certeza qué es verdad y qué es mentira de lo que hacen y dicen día tras día. El menemismo quedó tan deslucido que ya los noventa resultan berretas, paupérrimos.
Lo cierto es que el Bicentenario marcó a las claras la Argentina real de la Argentina K , el país de la gente y el país virtual que no termina de imponerse por más esfuerzo y dinero que gasten los dirigentes. ¿Sabrá Cristina que quienes colmaron la avenida 9 de Julio no son votos sino humanos? Tratar de confundirse debe ser la tarea más ardua que encara en estos días. La algarabía es efímera, pasajera, furtiva.
De acá a un año, para la gran mayoría, el Bicentenario será apenas un recuerdo, la emoción quizás de haber visto al cantante favorito en vivo. La patriada cívica se desvanece rápido frente a la especulación política.
Si de algo ha dado muestras fehacientes el oficialismo es de su impericia para mantener la unión que se vio a simple vista en cada esquina durantes estos últimos días. Apagadas las luces de la gran fiesta, la lógica prevé un regreso a las calles como botines de guerra.
Aun cuando la fecha patria logro abrirse camino entre las miserias cotidianas, no fue posible ocultar la decadencia de unas Fuerzas Armadas destruidas por la desidia y por una inexplicable venganza.
El miedo esta vez no lo sintió el que piensa distinto, el disidente, sino el propio Ejecutivo ausente a la hora de mantener la frente alta al ver pasar los restos de lo que fuera un Ejército, una Marina, una Armada. Si acaso no fue temor y fue vergüenza aquello que motivó la ausencia, habría al menos una señal de coherencia y conciencia…
La sociedad, en contrapartida, aplaudió espontánea los uniformes que le dieron, ni más ni menos, razón de ser y vida a esto que llamamos Patria. El ejemplo está visto que no siempre viene de arriba. Lo triste de todo esto es que la enseñanza difícilmente modifique nada. Son muchos los años de demostrar que para el oficialismo la confrontación es la concepción política por antonomasia.
Que los ciudadanos hayan festejado con hidalguía una fecha de trascendencia es un buen síntoma, pero no habilita a esperar cambios de la dirigencia que no supo estar a la altura de los acontecimientos, ni demostrar, aunque sea para la “gilada”, que una imagen vale más que mil palabras. Y no hablamos, precisamente, de la del Che Guevara colgada al lado de la del libertador de la Patria.
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