Sergio Crivelli
Con una indignación impostada para los medios Aníbal Fernández acusó a Julio Cobos de traidor. ¿Qué habrá sentido al leer esas palabras Eduardo Duhalde del que Fernández fue -antes de pasarse al campo "enemigo" del kircherismo- secretario de gobierno en Buenos Aires y secretario de la Presidencia en la Nación , dos cargos que exigen una confianza y una fidelidad a toda prueba?
El vocabulario usado por el jefe de Gabinete tiene una explicación general y otra particular. La general es la misma que lleva a buena parte de los peronistas a recurrir con frecuencia a esa forma de descalificación más ligada al pecado que al delito.
Por algo el 17 de octubre es el día de la "lealtad". Nadie ignora, sin embargo, las calamidades históricas que ha provocado mezclar la religión con la política. Nada tan peligroso que confundir a un disidente con Judas Iscariote.
En la vida pública laica, en tanto, traidor se es a la Patria. La palabra aparece sólo en ese contexto en la Constitución. Tal vez los kirchneristas como Fernández identifiquen la desobediencia a su jefe político como un delito de lesa Argentina, pero para el resto de la sociedad esa idea es por lo menos exagerada.
Más aún proviniendo de una dirigencia que dedica sus mejores esfuerzos a la lucha por el poder y que ha renunciado a cualquier otra ideología que no sea la del dinero. Que hace un culto de la "caja" y para la cual los cambios de bando resultan moneda corriente. Puesta en ese contexto la acusación de Fernández sólo puede ser entendida como una sobreactuación.
La explicación particular de esa sobreactuación, a su vez, está ligada a la compleja situación actual del Gobierno, que con el Congreso fuera de control lanzó una contraofensiva por los medios a cargo de una serie de voceros que recuerdan el "grupo rating" de Carlos Menem.
Aquel injustamente olvidado equipo de polemistas todoterreno estaba integrado por Jorge Yoma, Carlos Corach, Eduardo Bauzá, etcétera. Hoy la función esclarecedora corre por cuenta de Aníbal Fernández, Agustín Rossi, Miguel Pichetto y Florencio Randazzo, entre otros.
Colaboran en la contraofensiva algunos encuestadores y la prensa funcional al Gobierno formada por los medios estatales (los llaman "públicos" para que no suene tan mal) y los de empresarios "allegados" al kirchnerismo. En los medios "K" la apología oficialista fue asignada a personas que pretenden pasar por intelectuales comprometidos, pero que son, en verdad, empleados públicos con sueldos envidiables.
Con esta "task force" lo que se pretende es instalar tres nociones básicas. La primera, que los opositores son una "banda" ávida de poder y lucro que no se abstiene de usar procedimientos ilícitos. La segunda, que los Kirchner son víctimas de esa nube de traidores, inescrupulosos e inútiles. La tercera, que los Kirchner tienen posibilidades de seguir más allá de 2011.
Para el gobierno resulta tan vital mantener la "caja" (léase impuesto al cheque, retenciones, ATN) fuera del alcance de la "turbamulta" opositora como alentar la expectativa de poder futuro. Por eso no teme caer en la sobreactuación, si de paso lija a un candidato capaz de desalojar al kirchnerismo de la Casa Rosada.
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