viernes, 11 de junio de 2010

El hijo leal versus el hijo pródigo

Carlos La Rosa
Ricardo Alfonsín.
Don Raúl Alfonsín dedicó todas las fuerzas de sus últimos años a dos grandes propósitos políticos: Primero, garantizar la sobrevivencia del partido radical convocando para ello a la unidad de todos los radicales peleados, los nuevos y los viejos, los que estaban adentro y los que estaban afuera.
Segundo, defender enérgicamente la versión republicana de la democracia -desde la autoridad ética que le daba ser su padre fundador- de que en ella los contendientes son adversarios y no enemigos, contra la versión predominante en el oficialismo, de que hoy el debate político central es entre proyectos incompatibles entre sí. Vale decir, enemigos. O casi.
Hasta su último suspiro peleó en pos de lo que el último Perón también intentó sin lograrlo: morir en su Patria como un león hervíboro que en vez de pretender ser el rey de la selva, convocara a la unidad y la paz entre los argentinos.
Recordando las trágicas guerras internas justicialistas que le impidieron a Perón lograr su meta, Alfonsín quería el re-encuentro de todos los radicales.
No se oponía a una renovación interna en su partido, pero (también compartiendo acá la sabiduría del viejo Perón) se resistía a lograrla echando a los viejos por la ventana, sabedor de que muchos de los "renovadores" (que  hoy veneran al Alfonsín muerto), también querían echarlo a él por la ventana.
En efecto, Alfonsín pidió por Julio Cobos porque quería, como su contribución y su deseo final, ver a todos sus hijos juntos. Pero los hijos "leales" sólo aceptaron reincorporar en la familia radical al hijo pródigo por las riquezas (en popularidad) que éste traía consigo, aunque sin sumarle afecto, sin amor, sin reconciliación.
El domingo, el hijo leal se enfrentó con el hijo pródigo y a la vez contra los viejos amigos del papá, apoyándose en muchos de aquellos "renovadores" que en vida de Alfonsín fueron tan implacablemente críticos con don Raúl, como lo fueron con su entorno y con los hijos pródigos.
O sea, en nombre de Don Raúl, repitiendo las consignas de Don Raúl, aprovechando su misma cara y su misma voz, el hijo leal hizo el domingo todo lo contrario de lo que Don Raúl venía haciendo hasta que tuvo su cita con el más allá.
Sin embargo, es muy posible que -desde el cielo- el viejo esté contento con el pibe de sus entrañas, porque los buenos padres lo que más desean es la libertad de sus hijos, aunque estos piensen distinto al que les dio la vida.
Ahora corresponde a Ricardito demostrar si, habiéndose políticamente diferenciado del padre, es capaz también de entender el significado de su herencia, sin la cual jamás podría haberse independizado.
Mientras -por esas paradojas de la historia- el Cobos que se fue del radicalismo porque supuestamente las estructuras partidarias ya no servían de nada, para volver debió sujetarse tanto a ellas que el domingo le cayeron encima todos sus viejos escombros. Ahora deberá curarse las heridas y aprender que el padre puede perdonar a los hijos pródigos, pero no evitar que estos paguen por sus errores.
En tanto, será tarea de ambos, del hijo leal y del hijo

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