Pedro J. Luna
El filosofo Louis Althusser sostiene que “la ideología dominante está siempre presente en una sociedad; es compartida por la mayoría y trasciende a la conciencia. Es una fuerza inconsciente que la gente la vive mas que notarla”.
Nuestro pueblo empezó a notar su presencia. En el pasado lo hizo en dos oportunidades: la primera surgió a principios del siglo XX, durante el gobierno de Hipólito Irigoyen. La segunda en el transcurso de los mandatos presidenciales del general Juan D. Perón. Luego se produjo el aletargamiento; incluso hasta largos y profundos valles de silencio.
En el presente, el vibrante grito de ¡Viva la Patria ! por parte del pueblo inundó en dos oportunidades consecutivas las calles del país. La primera, del Bicentenario, fue majestuosa. Esas calles y plazas se colmaron con familias enteras que emergían en los escenarios especialmente montados y hasta improvisados. Todos se confundían en abrazos como si fueran vecinos del barrio aunque se desconocieran. Esa marea humana de seis millones de argentinos patentizó a un pueblo que empezó a cuestionar a esa ideología dominante.
El segundo y más reciente caso fue conmovedor: el Mundial del Fútbol. Las calles se veían prácticamente solitarias y todo el pueblo (quizás con alguna excepción) estaba frente a un televisor, ya sea en el hogar, en el bar o en alguna plaza. Se sufría o se gozaba al ritmo de las cambiantes alternativas de un partido.
Por lo común la alegría desbordaba hasta que llegó el tempranero gol de Alemania que desbrozó el camino para una contundente derrota. Las voces y gritos callaron; dejaron de flamear las banderas y alguna furtiva lágrima o incontenible llanto testimoniaban la tristeza reinante. Ésta como la alegría es consustancial al ser humano. La tristeza duró poco porque de pronto brotó la alegría y el flamear de las banderas. El pueblo supo superar el escepticismo. Miles de argentinos custodiaron el ómnibus que conducían, hacia el predio de la AFA , a nuestros gladiadores. Es cierto que perdimos; pero las derrotas enaltecen cuando el sujeto hace hasta lo imposible para evitarlas.
Maradona y el equipo ya son del pueblo y no de los ciclotímicos comentaristas deportivos quienes daban como seguro el triunfo de Argentina y después sin inmutarse se transformaron en despiadados críticos.
Es la oportunidad de hacer catarsis y “cortar para dar de nuevo” como se dice en el truco, para el próximo mundial. Así tendremos tiempo para superar errores, porque nuestros jugadores están entre los mejores del mundo. Cuatro años son suficientes para diseñar estrategias y tácticas superadoras. Esto se aprende, se crea; lo de Maradona no. Es un innato y auténtico motivador. Más aún, se ha convertido en formidable constructor de un espíritu grupal.
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