Esteban Laureano Maradona.
El 4 de julio se conmemoró el día del médico rural en recuerdo de Esteban Laureano Maradona, quien dedicó su vida a los pobres y los más necesitados.
Esteban Laureano Maradona nació el 4 de julio de 1895 en Esperanza, provincia de Santa Fe y murió en Rosario el 14 de enero de 1995. Cumplió con su tarea de médico con abnegación y una profunda vocación de servicio. Asumió el compromiso de denunciar la injusticia y la defensa y atención de los indígenas y los pobres.
Fue un médico rural, naturalista, escritor y filántropo argentino que pasó cincuenta años en una remota localidad de Formosa ejerciendo desinteresadamente la medicina.
Obtuvo su título de médico en la Universidad de Buenos Aires, en 1926, con diploma de honor. Durante sus estudios fue discípulo de Bernardo Houssay.
Hacia 1930, se radicó en Resistencia, Chaco, y en 1932 se fue a trabajar como voluntario en el Hospital Naval de Asunción, durante la guerra del Chaco. Llegó a ser director del hospital, sobre el final de conflicto.
Desde 1935 y durante 25 años, vivió en Estanislao del Campo, un pequeño pueblito en el cual el tren que lo llevaba hacia Tucumán se detuvo para hacer un trasbordo de pasajeros. Allí se quedó a atender a una parturienta que se debatía por su vida y la de su hijo en un parto distócico en medio del monte formoseño. Allí se quedó motivado por las necesidades que observó.
Durante todos esos años, no sólo atendió a los nativos sino que también estudió sus costumbres e incorporó a sus conocimientos los de la medicina tradicional de los indios.
Ayudó a comunidades indígenas en todo aspecto: tanto económico como cultural, humano y social.
Escribió libros científicos de antropología, flora y fauna. Renunció a todo tipo de honorario y premio material viviendo con suma humildad y colaborando con su dinero y tiempo con aquellos que más lo necesitaban a pesar de que pudo haber tenido una cómoda vida ciudadana, gracias a sus estudios y a la clase social a la que pertenecía.
A los 90 años se despidió sencillamente de su gente y se tomó un ómnibus para Santa Fe. Las crónicas cuentan que las autoridades lo detectaron y le consiguieron una ambulancia para que completara el viaje. Llegó tan mal que fue necesario internarlo por un mes, y pidió expresamente a su familia que siempre fuera en un hospital público.
Casi nueve años después, pisando el siglo de vida, con la lucidez que lo acompañó siempre resumió su vida en un párrafo cuya sencillez y grandeza estremecen: “Así viví muy sobriamente cincuenta y tres años en la selva, hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber”.
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