Planta baja de uno de los edificios atribuidos a la nueva oligarquía.
La aparición de una nueva oligarquía, quizás sea uno de los fenómenos más notables de los últimos tiempos en Santiago. De la mano de una corruptela gubernamental sin límites, de repente surgieron fortunas en familias humildes que hasta ayer nomás estaban bien conceptuadas en el barrio. Los casos son evidentes como para hacer una lista. Basta con mirar la mayoría de los edificios que se construyeron en los últimos tiempos en la capital, para que cualquier vecino señale al dueño, casi siempre un funcionario o un proveedor del gobierno.
Un viejo militante radical que por propia decisión no participa de la orgía de contratos millonarios con el gobierno, cuando se le pregunta por la voracidad de los funcionarios, dice: “Parece que venían con hambre desde la época de Hipólito Yrigoyen”.
Meter preso a al intendente Julio Alegre no mejoró el concepto que la gente tenía del gobierno, sino que más bien confirmó la presunción de que el resto está en lo mismo. O es peor.
Cuando pase este gobierno, como sucedió con otros, comenzarán las peleas con los testaferros quienes, como tantas otras veces serán los beneficiarios del dinero manoteado de las arcas públicass. Ellos y no los funcionarios serán parte la nueva oligarquía -¿burguesía?- santiagueña, ya que, generalmente, saben cómo invertir el dinero mejor que sus dueños originales.
Hay quienes sostienen que en esta provincia nadie va preso por corrupción. No es cierto, la historia santiagueña registra varios casos de funcionarios que pasaron de la Casa de Gobierno a la Alsina 850, algunos con y otros sin escalas intermedias.
Lo cierto es que la nueva oligarquía salida del gobierno de la provincia es mucho más rica que cualquiera de las anteriores que ha conocido Santiago. Más ostentosa también. Más impúdica. La razón es simple, nunca hubo tanto para hurtar como en los últimos tiempos.
Además, con una justicia criminal maneada, en comisión desde hace más de seis años, nunca se sintió tan impune el gobierno.
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