Santiago Luna
Medita sus nimiedades en la penumbra de la habitación del primer piso. Recuerda las nueve órdenes: ángeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos, querubines y serafines. Pero ignora cuántas plumas tiene cada ángel. “Tanto han especulado los estudiosos, que es posible que alguien les haya contado las plumas”, piensa.
Mientras cavila, se sobresalta su espíritu. Suenan a lo lejos una bomba de estruendo, algo como un megáfono y una voz que repite consignas. “Deben ser los médicos”, imagina, “o los maestros, los judiciales, todos reclaman últimamente”. Pero no les presta atención, no es su problema.
Y continúa orando.
Apaga la luz, mañana se levantará temprano y rezará por el alma de los santiagueños para procurar que vayan al Cielo. “Lo demás es política”, piensa uno de los obispos de Santiago. No importa cuál.
Y se duerme.
Feliz, en una provincia colmada de bendiciones.
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