Pilar Rahola
Para aquellos que creen que las mujeres de los presidentes dicen algo de sus maridos, Margarita Zabala es, sin duda, una magnífica embajadora del presidente de México, Felipe Calderón. Pero sería una apreciación no sólo machista, sino, fundamentalmente, simple, porque "la licenciada Margarita", como la llaman en su país, es una personalidad en ella misma, cuya actividad profesional la sitúa en el reducido grupo de mujeres de presidentes que tienen vida propia.
El privilegio de conocerla se produce en Los Pinos, la residencia oficial de la presidencia, donde me recibe, interesada por dos cuestiones que movilizan el interés de ambas, la situación de la mujer y la destrucción de los derechos fundamentales de la infancia. Nada es ajeno, por supuesto, a la honda problemática de su país, donde el asesinato de decenas de mujeres ha puesto a Ciudad Juárez en el mapa planetario, y donde muchos niños en situación extrema forman parte de las cuadrillas de la droga, o del tráfico de personas. La siniestra casualidad hace que el encuentro se produzca a pocos días del asesinato de 16 adolescentes que participaban en una fiesta (nuevamente) en Ciudad Juárez, corazón de la guerra que el narcotráfico ha declarado a la República. A pesar de que México no presenta las trágicas estadísticas de otros países de la zona, es evidente que tiene una problemática aguda, con millones de personas en la pobreza extrema, y con los capos de la droga creando un Estado dentro del Estado. Calderón prometió priorizar la lucha contra el narcotráfico, y ha movilizado al ejército en dicho empeño, pero los mexicanos son muy escépticos con que sus planes, en este terreno, consigan algún atisbo de éxito.
Pero vuelvo a Margarita Zabala. Lejos de encontrarme con una clon de Marta Sahagún, la esposa del ex presidente Vicente Fox, conocida por sus trajes caros, por su gusto por el bótox y por sus aires de primera dama de una república bananera, me saluda una mujer sin apenas maquillaje, alejada del barroquismo cargante del poder, franca desde los primeros segundos y tan interesada en las causas que defiende, que aterrizamos en los problemas sociales sin apenas protocolo. Y así, de la mano de un intenso diálogo, medimos, a lado y lado del Atlántico, el termómetro de la salud de los colectivos más vulnerables de la sociedad.
Del encuentro, saco algunos datos valiosos sobre violencia machista, una preocupación más aguda por el fenómeno del narcotráfico en toda la región, y la confirmación del empeoramiento de los derechos de los niños, debido a la incursión brutal del negocio de la droga. Pero saco algo más, la convicción de que esta mujer no es la esposa de un presidente. Es una abogada con criterio propio, cuya notable posición no es usada ni para pasear marcas de lujo, ni para calentar sillas de primera dama. Un privilegio haberla conocido.
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