lunes, 16 de agosto de 2010

Tinelli, Fort y la violación del pudor

Alfredo Ygel
La televisión refleja la sociedad en la cual todos nos encontramos insertos.
Vivimos una época en la que se ha producido una violación del pudor. Es como si el "velo del pudor" se hubiera corrido para dar lugar a una sociedad impúdica. ¿No es eso lo que nos muestran los Tinelli, los Fort, los reality shows, los programas de chimentos, allí cuando nos dan a ver y oír eso que no se puede mirar ni escuchar?

¿Qué es lo que la televisión nos muestra en sus diarios programas plagados de escenas en donde todo se ve y todo se dice? Sin duda lo que se nos muestra es algo que atrapa nuestra mirada, y eso lo constatamos en los altos ratings que logran estos programas en donde se exhiben, casi sin velos, las más variadas formas de lo obsceno.
Al modo del voyeur, es como si espiáramos por un gran ojo de la cerradura para lograr ver eso que está oculto.
El éxito de esta oferta mediática pasa por haber producido la violación del pudor de aquellos que miran, mostrando eso que debería quedar oculto, velado. No olvidemos que el pudor es amboceptivo: el impudor de uno basta para la violación del pudor del otro. Observemos que no es sólo la desnudez lo que marca el punto de impudor sino que se trata de la violación de la intimidad, de quedar el sujeto a merced del otro. ¿No se llegó al límite de mostrar y hacer vivir a  millones de espectadores cómo se compra una novia?
Lo que la escena muestra en su exhibicionismo es que un sujeto puede ser cooptado por la voluntad del otro, despojado de su propia subjetividad y de su propia autonomía. Pero esta sociedad del espectáculo solamente muestra, cual caja de resonancia, la sociedad de la impudicia en la que todos nos encontramos insertos.
Denunciar esta violación del pudor, señalar la muerte de la vergüenza, ¿nos coloca en las vías del moralista? No se trata de pontificar un retorno al pasado victoriano moralista burgués sino de ubicar este fenómeno para poder situar sus efectos en la civilización actual.
Es el pudor lo que dio origen al hombre en tanto humano. El relato bíblico nos cuenta en el Génesis que luego de haber comido el fruto del "árbol del conocimiento del bien y del mal", la primer acción que realizaron Adán y Eva es la de tapar sus partes pudendas. Es el acceso al saber lo que produjo el advenimiento a lo íntimo. El pudor vendría a dar testimonio de una separación entre el sujeto y el Otro. La violación del pudor, por el contrario, muestra que no hay separación con el otro, que la subjetividad queda desvanecida, quedando a merced de otro que puede doblegar en su indefensión al sujeto. Lo que queda así diluido es el saber del sujeto acerca de sí, quedando absorbido por un goce que lo atrapa.
Una sociedad que privilegia la inmediatez de la imagen debe necesariamente cometer el asesinato del pudor, el áidós griego. Aidós significa sentimiento de vergüenza, pudor, honor, dignidad; consideración, respeto, reverencia; perdón; cosa que inspira vergüenza o respeto... Es decir que el pudor estaría relacionado con el respeto por el otro.
Es el velo, aquello que escondiendo insinúa lo que hay detrás, lo que incita al sujeto y lo hace despertar en su deseo. De eso saben las mujeres cuando, en posición femenina, se constituyen en objetos de deseo, produciendo esa posibilidad, siempre sugerente, del encuentro con el otro. ¿Retorno nostálgico al pasado, al honor de los caballeros o al recato de las damas? No. Más bien se trata de reinstalar el misterio y el enigma, de reinstituir el pudor y la reserva, el tiempo de la interrogación y la espera, en el reino de la inmediatez y la desvergüenza. En otras palabras, de hacer lugar al pudor en la impudicia.

No hay comentarios: