viernes, 20 de agosto de 2010

Previa

Sergio Sinay

Los padres abdicaron de algunas de sus responsabilidades.
Un chico, uno más, murió en una previa. No es el primero, no será el último. No es necesario ser vidente ni agorero para decirlo. Cada viernes y cada sábado el ritual trágico se dispara otra vez. Las previas significan, en síntesis, emborracharse antes de la borrachera. 
¿Qué necesita una buena fiesta?, preguntan en una encuesta del Observatorio de Drogas del Sedronar. “Alcohol”, responden adolescentes de 16 años. No amigos, no camaradería, no diálogo, no creatividad. Alcohol. Perder la consciencia, ahogar el vacío de una vida sin proyectos ni modelos. Alcohol. Para sacar la bronca del sinsentido. Para que la destrucción sea rápida y esto se acabe cuanto antes. Para no llegar a adultos porque, a la luz de los ejemplos que reciben, ser adulto es ser un imbécil que se dedica a ganar dinero, a hacerse cirugías, a huir de cualquier compromiso y responsabilidad, a buscar la fácil, a corromperse, a vaciar de sentido los vínculos, a caretear, a decir una cosa y hacer otra. 
Las previas se hacen en casas donde los adultos fingen ignorar lo que ocurre, miran para otro lado, no asumen sus funciones. En casas de adultos que han decidido dejar huérfanos a sus hijos para dedicarse a sí mismos, a sus patéticas urgencias. 
Hay algo peor que la previa. Es la previa de la previa. La previa deserción de los padres, las previas adicciones de los padres (adictos a psicofármacos, a tarjetas de créditos, al shopping, a la eterna y fingida juventud, a lo material, a la hipocresía), el previo infantilismo de padres que no quieren ser adultos, la previa irresponsabilidad de padres sin respuestas para sus hijos. Murió otro pibe.

“¡Qué barbaridad”!, dirán. Y, mientras no sea el propio hijo, seguirán mirando para otro lado. Hace rato que lo hacen. Lo seguirán haciendo. ¿Duele leerlo? Pregunten a los chicos cuánto duele vivir con padres ausentes de sus funciones.

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