Carlos Arturo Juárez en 1973.
En un país plagado de réprobos y elegidos, a partir de hoy comenzará a escribirse la historia de uno de los más grandes hombres que ha dado esta tierra. Cuando se acalle la voz de los cronistas comenzará a terciar la pluma de los historiadores, que intentarán dilucidar uno de los fenómenos más interesantes en la vida de los santiagueños durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va de éste.
Carlos Arturo Juárez dividió en dos a la sociedad santiagueña, desde que fuera ministro del primer gobernador peronista de Santiago, Aristóbulo Mittelbach, hasta unos años antes de su muerte. El amor más ferviente y el odio más radicalizado, en algunos casos como pasiones incontrolables, se apoderaban de muchos santiagueños cuando lo nombraban. Su figura y su recuerdo quizás despertarán la misma pasión que suscita Juan Felipe Ibarra.
Fue un producto de los santiagueños, del tiempo que le tocó vivir y de una inteligencia fuera de lo común para la época, ya que comprendió cuál era la esencia del peronismo naciente, bebió de sus fuentes y llevó hasta las últimas consecuencias algunos de sus postulados, aún cuando a fines del siglo XX, la sociedad ya no fuera la misma de 1945, que había visto nacer -y posibilitado- el viejo laborismo que llevó al triunfo a Juan Domingo Perón.
El primer peronismo fue un movimiento que tuvo su impulso inicial gracias a que sus premisas coincidían con varios de los preceptos de la Iglesia. Carlos Juárez llegó al poder de la mano de la militancia católica, en tiempos en que esto significaba tener el visto de bueno de gran parte de la sociedad, sobre todo de la que tenía algunos resortes del poder.
Después todo fue auparse en los modos, guiños, virtudes, defectos y folklore del peronismo para continuar una carrera política, que siempre lo tuvo gravitando en los primeros planos. En 1973 se enfrentó a Juan Domingo Perón. El candidato de los peronistas, Héctor Cámpora dijo en Santiago que la provincia quedaría relegada del presupuesto nacional si no elegía a su contrincante esa ocasión. Y en la segunda vuelta electoral, cuando Juan Domingo Perón fue elegido presidente por tercera vez, Juárez resultó electo gobernador de los santiagueños.
La tercera vez, luego del interregno militar, ya fue más fácil. Venía de España, donde se exilió durante de la dictadura, convertido en lo que muchos creían que era un caudillo. Las formas del peronismo seguían intactas, pero igual que en la vida, con el tiempo sus defectos se habían acentuado.
Y luego de una intervención federal, en 1995, Carlos Arturo Juárez volvió por cuarta vez al poder. Viejo, cansado, con todos los vicios y maneras de una política que ya no era posible en una Argentina que, entre otras novedades, tenía sus servicios públicos privados, sin embargo el uso del poder y una inteligencia envidiable, le alcanzó para mantener a raya a sus contrincantes políticos.
Los santiagueños lo reeligieron en 1999 y en el 2002 su mujer, Mercedes Marina Aragonés llegó al poder luego de la renuncia de quien la acompañó en las boletas de sufragio como candidato a gobernador.
Después, la historia más reciente, otra intervención, las acusaciones judiciales, el ostracismo en su propia provincia, la decadencia física.
Muchos santiagueños de pueblo más preocupados por llegar a fin de mes que por especulaciones políticas o históricas, lo van a llevar en su corazón más que por sus obras o sus cualidades morales porque supo interpretar una esencia del hombre común y corriente y porque de entre todos, fue el más lúcido, el que desentrañó la esencia del hombre simple y le dijo lo que quería oir.
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