Emilio Rached
Con la mordacidad que era su marca, y que se convirtió en la comidilla de los historiadores, Domingo F. Sarmiento se refería a Miguel Juárez Celman como “el marido de la hermana de la mujer de Roca”. Ridiculizaba así, de manera fulminante, inigualable, el nepotismo, esa práctica que ha echado hondas raíces en la cultura política argentina y que constituye una degradación del ejercicio del poder.
La candidatura a concejal de la ciudad de Santiago del Estero -por el momento insinuada, aunque fuertemente- del hermano del gobernador Gerardo Zamora, aunque signifique un retroceso respecto a la aspiración original y de máxima que era la intendencia, se inscribe en ese vicio que, al tiempo que denota inseguridad, lesiona severamente los valores republicanos, revela la necesidad de tener bajo control todos los espacios de poder, encapsula a un proyecto político en un segmento reducido de íntimos y, atendiendo a la singularidad del escenario en función de los tremendos y traumáticos episodios de corrupción que atravesaron la municipalidad, impide la aparición de aires nuevos y frescos que oxigenen y dinamicen la gestión y le devuelvan a la ciudadanía la confianza, la autoestima y el optimismo.
La eventual candidatura del hermano del gobernador cerraría el círculo de desatinos políticos que acompañan a la actual gestión desde que decidió, pasada la euforia de la elección de 2005 y la ilusión colectiva de los primeros tiempos, olvidar las promesas electorales de transparencia, apertura, horizontalidad, e instalaría la sensación de que alguien omnipotente, amparado en la arrogancia del “hago lo que quiero”, se convierte en el supremo elector y, mediante el clientelismo, el uso arbitrario de los recursos del estado y el férreo control de los medios de comunicación, repite y fortalece esquemas que los santiagueños creíamos haber arrojado al basurero de la historia.
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