Un justicialista (Gerardo Montenegro) y muchos radicales (Héctor Fhur, Graciela Navarro, Abel Tévez, etc.), le creyeron al zamorismo cuando los mandó a “militar” con la promesa de que el que mejor mida ante la consideración pública será el candidato a la Intendencia de la Capital. Todos los sondeos, dentro del denominado Frente Cívico, impusieron como el “mejor considerado” a Montenegro, pero lo obligaron a declinar. Luego, entre los zamoristas, Abel Tévez es, hoy por hoy, el mejor posicionado, pero lo dejaron en la banquina.
Al final, todo fue una burla. A las encuestas las tiraron al tacho de la basura, porque se hizo lo que impuso Gerardo Zamora, quien hizo entender a sus acólitos que lo que se llamaba “consenso” tiene una nueva definición: “el dedo dígito mío”.
En efecto, Zamora señaló a Hugo “Lito” Infante y desató la bronca del resto de los competidores, que se sienten burlados y hasta ultrajados. Tienen las encuestas en las manos y se preguntan qué pasó, como el caso de Tévez: “Si mido más que ‘Lito’. A qué obedece esta afrenta política que no merezco”.
Los ex precandidatos, sin duda, se van a encolumnar detrás de Infante. Sin chistar, porque casi todos son “empleados” de Zamora. La incógnita está entre las segundas y terceras líneas, a las que por más aparato que se utilice no van a poder controlar y van a hacer votar para otra parte; pero seguro que no acompañarán a “Lito”.
Así las cosas, el contexto zamorista está en ebullición. Hay indignación por tanto autoritarismo y un rosario de lamentaciones porque siguen ausentes el consenso y la razón.
Se comprende que, políticamente, estamos en retroceso.
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