Tal vez los santiagueños hayan madurado lo suficiente como para traducir en votos la indignación que sienten por la corrupción que se manifiesta de forma tan evidente en todos los ámbitos del gobierno de la provincia. Es posible que en las elecciones que se avecinan, aprovechen las zapatillas, los colchones, las chapas y la mercadería que les entregarán los punteros de toda la vida, pero voten apelando a su conciencia ciudadana, para expresar el asco que sienten ante los funcionarios, contratistas y proveedores nuevos ricos que ha creado este gobierno.
En las elecciones del 5 de setiembre, por enésima vez en su historia, los santiagueños tendrán otra oportunidad para poner en práctica su rebeldía, no votando a aquellos candidatos que hacen política de baja estofa con el dinero que es de todos. Si la pobreza los obliga a quedarse con la dádiva que entregarán los candidatos a intendente o quienes pretenden una banca de concejales, que su conciencia no les permita retribuir el favor con la máxima expresión del sistema republicano o por lo menos con la que más duele, el voto.

La elección que se viene podría servir, entre otras cosas, para confirmar que los santiagueños siguen siendo el mismo pueblo orgulloso de sus antepasados, que en numerosas ocasiones de su historia dio la espalda a imposiciones de los poderosos, para alzar su voz en contra de la podredumbre de un sistema político que espera sólo este primer empujón para terminar de caerse.
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