miércoles, 28 de julio de 2010

¡A desenterrar!

Omar Bello
Anoten la siguiente predicción: En cualquier momento desentierran el cadáver embalsamado de Evita. ¿El argumento? “Los milicos del 76 la sepultaron cinco metros bajo tierra para que el pueblo la olvide…”. De hecho, con Chávez exponiendo los huesos de Bolívar, es un milagro que Evita permanezca en su blindada y paqueta morada en el Cementerio de La Recoleta. Si con los huesitos del prócer, el bolivariano hizo semejante show, con una momia en perfecto estado de conservación, los Kirchner hacen una fiesta nacional; otra que el monumento a Maradona.
Si no pasó hasta ahora es porque, según todos los asesores, los símbolos del peronismo tradicional estaban en desuso. Claro que el aire está cambiando. El éxito del bicentenario modificó el estado de cosas.
Ayer estuve en el acto de antorchas por Evita. La última vez que la segunda mujer de Perón tuvo su acto de antorchas, Pedro Ara, el genio que la embalsamó, entró en estado de pánico. ¿Por qué? Lo único que puede destruir su obra es el fuego (ni siquiera el agua). Desde el punto de vista “estético”, el acto fue una verdadera demostración de que, por ahora, sólo el peronismo puede ganar una elección nacional: maravilloso, ridículo, excesivo, religioso, alegre; es síntesis una obra maestra de la liturgia justicialista como no se veía hace años.
Un carro de los bomberos voluntarios de la Boca (con dos bomberos vestidos de gala y portando antorchas) sostenía una imagen imponente de la Jefa Espiritual de la Nación, mientras un muchacho del Sindicato de Camioneros (de la rama “aguas gaseosas”) cortaba el tránsito en Paseo Colón y Belgrano manejando con maestría una bandera gigante (casi me parte la cabeza pero fue sin intención).
En el fondo, la juventud peronista lo esperaba cantando consignas del setenta. Alguien que dijo ser de la custodia del ministerio de economía apalabraba a un policía para que le dejara estacionar el auto en un lugar prohibido, y otro participante le guiñaba un ojo a su compañero al grito de “¡Cuanto te pagaron por venir, negro!”. El hombre no contestó pero guiñó un ojo.
Las antorchas, que se repartían desde un camión, eran de esas que se ponen en las fiestas y cuestan una moneda. También había algunas más modestas. Los muchachos de “La Campora” parecían enardecidos (prolijos pero enardecidos). “A pesar de los muertos y los desaparecidos no nos van a vencer”, cantaban a los saltitos. Por la dudas no me animé a preguntar a quién… Viejos, jóvenes, chicos, carritos de bebé; todos perfectamente organizados y escoltando a esa muerta ilustre que, ironías del destino, en su época de artista soñaba con ser Mirtha Legrand.
Hoy por hoy, ningún otro movimiento puede montar semejante espectáculo conmovedor. El entierro de Alfonsín fue impresionante pero para una fiesta con bombos y diversión… Tampoco son muchos los políticos que podrían ponerse al frente de una marcha así (parece un planteo tonto pero la argentina está mutando y el peronismo tradicional vuelve con fuerza): Los Kirchner, Duhalde, Moyano, quizá Reutemann si se pone las pilas. Dudo que Macri o Narváez lo logren.
El viejo ¡A desalambrar! fue reemplazado por su versión necrológica que no será revolucionaria pero a los argentinos, como bien enseña la historia, nos encanta.

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