lunes, 26 de julio de 2010

Oración a Eva Perón

Anónimo
Señor: Ya van dos años y no parece cierto que esté segado el trigo para el pan que fue nuestro, que el cauce de aquel río de limo esté cubierto, que el rocío no tiemble sobre el hosco viñedo. Aquí estamos de nuevo, como entonces, perplejos, y la sentimos viva, Señor, porque no ha muerto.
No pedimos por Ella: a Ella le pedimos que siga acompañando con su amor infinito este pueblo que es suyo como fue su destino, este pueblo que un día despertó con su grito, con su alerta de octubre, su inicial desafío, y su amor de muchacha que fue espiga y fue lirio.
Ahora es como un sueño que se sueña y se vive, que llega con la espuma y en la roca persiste, que suena en las campanadas y el silencio preside, porque en el mediodía y en la tarde sin límites su nombre va diciendo plegarias y clarines.
Clara muchacha nuestra, presente para siempre en nuestra vida diaria, brotando en todo rayo y en toda niebla opaca, en la palabra buena o la sangre derramada, en el llanto de ayer o en la risa de mañana, en la estrella que cae como una flor dormida sobre el campo sembrado de estrellas florecidas y en los fuegos que elevan sus alas amarillas quemándose hasta el fin como una antorcha viva, brazo y espada a un tiempo, tormenta y llamarada, la más alta bandera y al par la Abanderada. Nunca estaremos solos. Señor: está la Amiga.
De pie para quererla, como Ella nos quería. De pie, también, seguiremos al que fue luz y faro en sus días y en nuestro milagro cotidiano.
La vemos con los ojos abiertos o cerrados, la guardamos, Señor, como un huerto sellado, su mirada en la nuestra, su ternura en las manos. Y le damos las gracias por continuar al lado de este pueblo que reza con su nombre en los labios.

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