Rogelio Alaniz
Carlos Reutemann.
Es curioso el talento de Reutemann para estar siempre en el centro de la escena con la mínima inversión posible. Como en la famosa letra de tango, “la historia vuelve a repetirse”. En este caso, cada dos o tres meses. Una declaración a la prensa, una reunión y el consabido anuncio de que -por ejemplo- no está entusiasmado para ser candidato a presidente “pero”..., y en ese “ pero” reside el talento, ese manejo sugestivo de la ambigüedad, de lo imprevisible. Reutemann parece que dice que “no”, pero nunca es un “no” absoluto, siempre queda abierta la expectativa para un “sí”.
Para hacer esto hace falta talento, pero antes que nada hay que saber que una maniobra así la puede realizar alguien que es consciente que haga lo que haga, su capital político se mantiene intacto y, en algunos casos, se acrecienta. Reutemann es tal vez el único político argentino que puede estar meses fuera de circulación y una sola palabra suya lo instala inmediatamente entre los grandes candidatos. Esto ocurrió en el 2003, y vuelve a ocurrir en el 2010. No sabemos qué hará en definitiva, pero convengamos que lo suyo es novedoso y sorprendente.
Se supone que su apellido es una marca registrada como corredor de autos. Es así, pero no es tan así. Después de dos gobernaciones y veinte años de intensa vida política no se puede decir que Reutemann despierte expectativas en la sociedad porque maneja bien un auto o porque tiene los ojos azules. Es probable que su fama deportiva haya consolidado en términos de marketing su figura política, pero sería una simplificación y, por supuesto, un error, suponer que Reutemann está donde está por sus exclusivos méritos deportivos.
Su otra virtud, si así merece calificarse, es la de transformar su debilidad en fortaleza. Reutemann carece de las dos condiciones que distinguen a los grandes políticos: la pasión y las convicciones. La pasión sin la cual la política se vive como un acto administrativo y las convicciones que le permiten a un político que merezca ese nombre disponer de la cultura política indispensable para saber cuáles son los rumbos posibles y deseables de una Nación.
Esas dos carencias Reutemann las sustituye con el silencio, al punto que su imagen crece cuando está callado y pierde algunos puntos cuando habla. Alguna vez dije que sus silencios me hacían acordar a Yrigoyen, otro político que fue un gran administrador de sus silencios. Pero sólo hasta allí llegan las coincidencias, porque las diferencias entre uno y otro son tan obvias y visibles, tan evidentes y gruesas, que reduce casi a una anécdota la cuestión del silencio.
Digamos, en principio, que en Yrigoyen además del silencio había pasión, mística y convicciones. Reutemann en términos personales es probable que no esté despojado de estos dones, pero en términos políticos de él pueden decirse muchas cosas menos que sea un apasionado, un místico y, mucho menos, un militante. Una singular personalidad y una sorprendente combinación de factores han permitido que Reutemann sea un político que no busca el poder, sino que el poder lo busca a él.
Fueron los peronistas santafesinos los que en 1990 peregrinaron hasta su casa para ofrecerle la gobernación. A partir de ese momento, las peregrinaciones menudearon. Los peronistas supusieron que llevaban un títere o algo parecido. En poco tiempo descubrieron que no era así, que el supuesto “gringo que lo único que sabe es manejar autos”, aprendía y aprendía rápido, tan rápido que quienes lo inventaron para manipularlo, descubrieron de pronto que eran manipulados por él.
Alguien dirá que a Reutemann el poder lo seduce como a cualquiera, pero lo disimula. Si es así, lo que digo es que lo disimula bien, tan bien que se ha transformado en una formidable estrategia, una formidable y, para muchos políticos, envidiable, estrategia de acumular poder presentándose ante la sociedad como alguien que no quiere saber nada con él.
Pero lo más interesante de este despliegue de artificios es que Reutemann a diferencia de la mayoría de los políticos profesionales, es alguien que siempre sugiere o deja en claro que si los escenarios no se constituyen como a él le gustan, no tiene ningún problema en renunciar a todos los honores y oropeles del poder. Astucia o convicción, lo cierto es que lo que más inquieta a quienes tienen expectativas con Reutemann es que efectivamente si su candidatura a presidente o a gobernador no se produce con determinados presupuestos él “se baja” y como dirían los viejos conservadores, “me vuelvo al campo”.
Esa capacidad de renuncia siempre latente es una enorme ventaja sobre sus rivales. También sus reducidas ideas son una ventaja. Reutemann dispone de dos o tres certezas. Nada más y nada menos. Con eso, le alcanza y le sobra para ser quién es. No se dispersa, no divaga, sabe lo que quiere y sabe cómo pelearlo. Tiene siempre los pies bien plantados sobre la tierra y a diferencia de los intelectuales carece del vicio de la duda.
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