martes, 20 de julio de 2010

El Jockey, un club subsidiado por el gobierno

Plaza Libertad de Santiago.
Con los 237.000 pesos que el gobierno de la provincia pagará por tres años del alquiler de un salón del primer piso del Jockey, bien podría construirse una hermosa sala de espectáculos, mucho más cómoda que la del club más cargado de deudas de la ciudad.
En efecto, un decreto firmado por Gerardo Zamora, Elías Miguel Suárez y Atilio Chara, aprueba la contratación directa del salón de primero piso del Jockey, por tres años, desde el 1 de junio de este año hasta el 31 de mayo del 2013, por 6.600 pesos mensuales.
La subsecretaría de Turismo de la provincia fue la oficina pública encargada de solicitar la continuación de la relación contractual con el Jockey. El motivo es, según los considerandos del decreto “seguir contando con dicha infraestructura en razón de la cual la provincia ha realizado una fuerte inversión a fin de dotar al inmueble de las comodidades y el confort necesario para continuar con sus actividades, por lo que entiende beneficioso continuar la relación contractual a fin de poder mantener las distintas acciones planificadas y encaradas por el organismo”.
En ningún momento la subsecretaría de Turismo informa cuáles son las “acciones planificadas” en el Jockey o, en todo caso, por qué no se pueden desarrollar en otro lugar que ofrezca las mismas o mejores comodidades a igual o menor precio.
Lo que se sabe de cierto es que hasta hace unos años, este club mantenía una deuda sideral con algunos empleados a los que les adeudaba varios años de aportes provisionales, le iniciaron juicios que estaban prácticamente ganados. Como última alternativa, algunos socios del club hallaron la solución de alquilar el primer piso del salón al gobierno de la provincia, a un precio que -obviamente- no se correspondía, a fin de salvarse del martillo del rematador.
Los santiagueños subsidian entonces la deuda de unos ineficientes administradores de un club, cuyos socios se jactaban hasta no hace muchos años, que no dejaban que los que no eran socios se sentaran en las mesas de la vereda, espantando así a santiagueños y turistas que nunca entendieron las razones de tanto odio. 

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