domingo, 1 de agosto de 2010

Lecciones de la política

Rogelio Alaniz
Cristina y Néstor Kirchner juegan sus cartas el año que viene.
Hace un año muchos nos preguntábamos -incluso con cierta inquietud- si el gobierno iba a llegar a 2011. Ahora con la misma inquietud nos preguntamos si va a admitir irse en el 2015. Si le vamos a creer a los muchachos y las chicas de “6, 7 y 8”, que se divierten haciendo política oficial con la plata de todos, el gobierno tiene la reelección asegurada. Yo creo que exageran y en algunos casos mienten, pero no creo que ese reproche afecte su delicada sensibilidad, porque nunca un operador oficialista puede sentirse mal porque lo acusen de ser lo que efectivamente es.
Con suerte y viento a favor, los Kirchner tienen una aceptación social del treinta por ciento. No es poco comparado con otros tiempos, pero por ahora no alcanza para coronar sus ambiciones de 2011. Hacia el futuro disponen de algunas cartas importantes que si las saben usar pueden mejorar sus expectativas. Por un lado, el liderazgo de los Kirchner no es carismático pero es decisionista. Esto quiere decir que si bien carecen de encanto, poseen una notable voluntad de poder y recursos económicos como para poder hacer efectiva en términos materiales esa voluntad.
El otro punto a su favor, es que a diferencia de la oposición ya tienen un candidato o una candidata. Esa ventaja no es decisiva, no alcanza para ganar una elección, pero es una ventaja. Asimismo, en los últimos tiempos han demostrado que el olfato político no los traiciona. Mantienen la iniciativa, saben lidiar con los factores y grupos de poder y movilizan a una franja del progresismo nacional y popular convencido de que los Kirchner no serán perfectos, pero encarnan mejor que nadie las banderas que ellos han defendido toda la vida.
Para bien o para mal este gobierno ocupa el espacio de centroizquierda, lo que no les impide hacer negocios por derecha y enriquecerse personalmente. Se podrá discutir si creen o no en lo que dicen, pero a esta altura del partido hay que aceptar que su compromiso con algunas de estas banderas no tiene retorno, del mismo modo que tampoco tuvo retorno el compromiso de Menem con el neoliberalismo. Uno y otro adhirieron por oportunismo a causas que nunca creyeron, pero luego quedaron atrapados en las redes de las causas que intentaron representar.
Alguna vez será interesante debatir acerca de lo que significa un espacio progresista en el siglo XXI, sobre todo en casos como el de los Kirchner, quienes se han apropiado de algunas banderas del progresismo mientras sostienen un esquema político de poder hegemónico y alientan el desarrollo de una burguesía más retardataria y parasitaria que la que pretenden combatir.
De todos modos, si bien es cierto que los avatares de la coyuntura le han permitido mejorar la imagen, es también cierto que el setenta por ciento de la sociedad los sigue rechazando y, en algunos casos, ese rechazo es beligerante, particularmente entre las clases medias y altas sin las cuales es imposible ganar una elección.
Los Kirchner confían en que ese voto opositor se disperse permitiéndoles ganar aunque más no sea por la mínima diferencia. Apuestan a imponerse en la primera vuelta, porque presumen que -como Menem en el 2003- en una segunda vuelta pierden por goleada. El gran desafío, por lo tanto, es llegar al cuarenta por ciento con una oposición dividida y poco creíble. Ellos saben mejor que nadie que existen corrientes sociales que nunca los van a votar, pero también saben que hay una franja de votos independientes que podría volver a votarlos, sobre todo si los convencen de que ellos son los únicos capaces de asegurar la gobernabilidad.

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