miércoles, 4 de agosto de 2010

¿Un intento de extorsión en el Senado?

Luis Majul

Luis Majul
El domingo pasado, Nelson Castro escribió en Perfil una información inquietante. Reveló que, en el medio del debate por la resolución 125, un senador nacional había recibido dos mensajes de texto para que votara a favor del proyecto del aumento de retenciones que impulsaba el gobierno nacional. El primer mensaje decía: "Hay dos millones de dólares para vos". Como el emisor no obtuvo respuesta, disparó otro: "Pedí lo que quieras". La identidad del senador no fue revelada por el periodista con el objeto de mantener la reserva de la fuente. Sin embargo, los datos de aproximación permitían investigar o deducir de quién se trataba.
Era alguien a quienes los operadores del Gobierno lo intentaron ubicar durante todo aquel día, sin éxito. Alguien que había cerrado los teléfonos para evitar las presiones de los ministros del gobierno nacional, del gobernador y la vicegobernadora de su provincia y de su compañera de bancada. Alguien que había estado almorzando en el comedor del Senado y se había levantado con un peso enorme, muy parecido al del vicepresidente Julio Cobos antes de su histórico voto "no positivo".
Era el senador oficialista de Santiago del Estero, Emilio Rached.
El lunes, los productores del programa de radio que conduzco llamaron a Rached, lo pusieron en el aire y el senador, sin muchas ganas, confirmó que se trataba de él. También convalidó el grueso de la información publicada en Perfil.
El legislador parecía incómodo y no mostraba ninguna intención de llevar el asunto hasta el final. Sin embargo, no tuvo más remedio que reconocer que recibió esos y otros mensajes de texto y de voz en su teléfono celular y también en los directos de su oficina en el Senado. También que las presiones eran enormes y que a partir de su decisión le quitaron la custodia a su hija y los medios de su provincia lo ignoraron por completo. Además aceptó, como lo había adelantado Castro, que un senador que se encontraba al lado suyo recibió en su propio teléfono mensajes de texto del mismo tenor. Ayer a la mañana, el propio Rached, en conversación con Radio Mitre, admitió que quien estaba sentado a su lado era la senadora nacional por su provincia Ada Iturrez de Capellini. La senadora es una de las que viajó junto a la comitiva oficial que acompañó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en su viaje a China y que de esa manera evitó votar en contra de la ley a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Es, además, esposa de Rodolfo Capellini, intendente de Ojo de Agua, un distrito de Santiago del Estero que acaba de recibir, por parte del gobierno nacional, una ayuda extraordinaria de 5 millones de pesos.
Lo que hicimos junto a nuestros compañeros de trabajo fue solo un ejercicio que se enseña a los aspirantes en cualquier universidad de periodismo y comunicación.
Pero lo que acaba de reconocer Rached es un intento de extorsión.
En un país donde las instituciones funcionaran con normalidad, el propio Rached ya se debería haber presentado a la Justicia, para ampliar semejante denuncia y deslindar responsabilidades. En una sociedad seria y organizada, un fiscal o un juez ya deberían estar investigando las llamadas recibidas por el senador que votó a favor de la 125 y dejó al Gobierno sin su trofeo mayor. Los especialistas en la materia aseguran que no parece difícil reconstruir la ruta de los llamados para comprobar si lo que sostiene el legislador es la pura verdad.
Los defensores a ultranza del proyecto K llaman a este sencillo trabajo profesional, como a muchos otros, "operación política" o "novela de ficción". Lo mismo decían los seguidores de De la Rúa de las coimas en el Senado denunciadas ante la Justicia y por las que Carlos "Chacho" Alvarez renunció a la vicepresidencia de la Nación.
Los que denunciamos, desde hace muchos años, hechos de corrupción cometidos durante los gobiernos de Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde, creemos que no hay ninguna razón para justificar actos ilegales o inmorales protagonizados durante la presente era kirchnerista.
No hay una corrupción buena y otra mala. No hay una "emblemática o estructural" y otra "aceptable que sirve para hacer política". La corrupción no es de derecha ni de izquierda, ni progresista ni reaccionaria. Si los que apoyan a este gobierno salieran a denunciarla y combatirla, a su jefe político, Néstor Kirchner, quien todavía lucha por perpetuarse en el poder, le iría mucho mejor.
La Nación.

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