sábado, 27 de febrero de 2010

Frente al odio y la persecución, se puede ejercer el derecho a la rebelión con los votos

La personalidad de Gerardo Zamora no es la que se imaginaban muchos santiagueños que, en febrero de 2005, lo pintaban como un jovencito con grandes virtudes para dialogar y conciliar.
 La ciudadanía se equivocó cuando el entonces intendente se mostró “democrático” y capaz de lograr una ayuda del entonces “dueño de la provincia”, como era Carlos Arturo Juárez. Pocos saben que los radicales hicieron un pacto para dejar al descubierto al “Juárez dictador” y todos, intendente, vice y concejales, juraron renunciar a sus cargos. De este modo, el viejo caudillo iba a encontrarse con un concejal peronista convertido en intendente y, consecuentemente, iba a sacar la plata que escondía para ayudar a los radicales.
 Así fue que José Zavalía renunció, pero el que se negó fue su entonces vice intendente, Gerardo Zamora. Dos o tres periodistas fueron testigos de las discusiones acaloradas de José y Gerardo. Escucharon cómo Zavalía, junto a su hermano Gustavo (entonces secretario de Gobierno) y el entonces diputado nacional “Robertito” Ábalos, trataron de convencer para que Zamora cumpliera el “pacto de honor radical”.
 Ingenuos totales. No conocían al verdadero Zamora. A ése que ya había pactado con el juarismo. Y si no creen, hay que preguntarle al doctor Francisco Alberto Cavallotti. “Pancho” va a decir la verdad y puede contar, pormenorizadamente, cómo Carlos Arturo Juárez operó a los dirigentes gremiales municipales y a Zamora para desplazar a Zavalía.
De ese modo llegó a la Intendencia. A partir de entonces trazó una raya: “A los que estén conmigo, todo; a los que están con Zavalía, ni justicia”.
 Alguien que dude de este relato, bien puede auspiciar un debate con todos los protagonistas de aquellos días cuando Zavalía se comió el amague y renunció, sin advertir que Zamora quería su sillón.
Hoy, desde la Gobernación, a la que llegó gracias a los votos “resentidos” de José María Cantos y del juarismo que más que a Zamora, mandaron a votar contra “Pepe” Figueroa, se muestra tal como es: con maldad, con rencor, con resentimiento y con revanchismo hacia Zavalía, a los zavalistas y a todo el que se le pone al frente, o apenas disiente.
Cuando tuvo el escándalo de la policía mandó a la patota radical a incendiar la jefatura y, simultáneamente, rompió a los amotinados ofreciéndole a Marcelo Pato que si quebraba el movimiento lo haría jefe de policía. ¿De qué otro modo podría haber llegado Pato a la jefatura?
Como se ve, Zamora no es amigo del diálogo. Está demostrando que es peor que Juárez.
Ahora son los médicos y enfermeros de los hospitales públicos. Los quiere ver de rodillas. No los atiende. No los toma en cuenta. Habla con José Benjamín Coria, “Chuchú”, con la dirigencia de Atsa y con sus amigotes de la CGT, queriendo hacer creer que estos interlocutores, alguna vez, se interesaron por sus representados. Hace el circo y tira a los rebeldes (pero dignos) la andanada de los medios propios y amigos. No advierte, en su plan, que el santiagueño común se da cuenta que si no habla con los “autoconvocados” es porque no quiere arreglar.
Cuando Zamora no consigue doblar a su opositor, lo persigue y pone en marcha su “maquinaria” que fogonean dos o tres “cráneos” del gabinete para que sus policías y jueces se hagan un picnic. El que está en contra de éste gobernador sabrá que puede llegar a ser acusado de la crucifixión de Cristo, del doble crimen, del asesinato de los 39 presos y del crimen de Raúl Domínguez. Es sencillo. Llama por teléfono al juez amigo y arranca la campaña periodística de desprestigio. En dos minutos, el opositor de Zamora queda fusilado, escrachado y a la intemperie. No hay palenque “ande ir a rascarse”. Ni la Iglesia ni la justicia ni los derechos humanos ni nadie.
Acaba de sumariar, cesantear y hasta de culpar de la muerte de un enfermo con cáncer avanzado a los “auto-convocados”. Cometió un hecho injusto de incriminar a dos profesionales prestigiosos, a sabiendas de que el paciente fue atendido y que se le hicieron todos los estudios. No hubo abandono por parte de médicos y enfermeros. Lo sabe todo el hospital Regional. Como conocen todos que el enfermo fue trasladado al centro asistencial por vecinos, porque no aparecieron ni familiares ni dirigentes de Atsa; gremio al que el extinto era afiliado.
Hay que ser muy malo para conocer toda la verdad pero hilvanar mentiras a fin de combatir al opositor.
Como no consigue que se pongan de rodillas, les mandó la contra marcha. No tuvo problema la dirigencia gremial estatal y algunos empleados-empresarios-“nuevos ricos” de acarrear a los pobres del 8 de Abril quienes, a cambio de un bolsín de mercaderías, se prestaron, mansamente, a gritar -con mucha dubitación- “médicos asesinos”; sin convicción, porque muchos de los traídos ni sabían que debían desfilar por la plaza.
Frente a gobernantes con tamaña rareza, ¿no habrá llegado el momento de la rebelión popular? Decimos esto porque la rebelión no sólo puede llegar a ser legítima, sino que, en determinadas circunstancias, es un derecho que se hace necesario -y se debe- ejercer.
Para entender todo esto, los políticos podrían echar una mirada a las obras del sociólogo y abogado Roberto Gargarella, del pensador inglés John Locke, el fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal de Rosario, Santa Fe (Expte. 1834/08), D’Alessio y Eugenio Zaffaroni.
Fotos: Arriba, Zamora con Cristina Fernández de Kirchner,
abajo a la derecha, con el santacruceño Néstor Kirchner.

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