Histórica casona de los Taboada, entrada de la 9 de Julio.
Santiago se ha constituido, a fuerza de mal gusto y desacertadas políticas municipales, en una de las ciudades más feas del norte. Las pocas construcciones que le venían dando cierto encanto fueron tiradas abajo por sus propios dueños y las que quedan son ordinarias, de mal gusto parecen de plástico, como la que hasta hace poco albergó a la policía de la provincia o los arcos de Absalón Rojas por la Libertad.
Atrás de lo que fuera la sede de la Policía de la provincia, sobre la Pellegrini , dando el frente con el mercado Armonía, se han levantado unos bloques de cemento de un mal gusto propio de los edificios de la Unión Soviética. Y si bien es cierto que la Guardia de Infantería había construido otros adefesios en el lugar, por lo menos tenían el encanto de lo oculto, pues no se veían desde la calle.
Según dicen los historiadores, en este lugar no funcionó nunca el Cabildo que, lejos de ser un estilo de construcción es una vieja institución española, heredada por los argentinos luego de la colonia.
Mientras, la refacción de la casa que fuera de los Taboada, sigue durmiendo el sueño de los justos, lo mismo que la estación del Mitre, en Alvear y Perú. Baldíos infames en pleno centro de la ciudad, luego de que se prometiera en muchísimas ocasiones ponerlas en valor, darles alguna utilidad, instalar allí algunos museos, la Legislatura , ferias de artesanos, algo que las revalorice.
A pesar de que una ordenanza suprimió el retranqueo obligatorio para las obras nuevas con la intención de que se conservaran antiguos solares santiagueños, luego se demolió la casa de los Feijóo, la única que quedaba sin ochava en la ciudad. El mismo destino sufrieron innumerables casonas con historias para contar y una arquitectura que podría haber sido resguardada para el futuro.
Los signos de una tercermundización feroz están presentes a cada paso. A menos de 500 metros del centro afloran los primeros signos de la pobreza más espantosa de que se tenga memoria en la provincia mientras a su lado, modernos edificios sin tradición y sin relación con el entorno, albergan a integrantes de la clase de los nuevos ricos, beneficiarios directos de las injustas prebendas del poder.
Las calles siguen estando sucias, mal barridas y peor tenidas, los baches afloran en cada esquina, las violaciones a las normas municipales de construcción son la regla y no la excepción, los ruidos molestos están a la orden de cualquier día de la semana, a cualquier hora.
De yapa, una media docena de improvisados militantes oficialistas se pelean por el botín de la intendencia. Si a cualquiera de ellos que se los pudiera poner con los pies para arriba, el santiagueño común observaría con espanto que no se les caería ni una sola idea para solucionar los graves problemas de la ciudad y su gente. Con ellos, una ciudad mínimamente ordenada y con su patrimonio en recuperación es una utopía, un sueño irrealizable, una invitación a la diáspora.
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