viernes, 9 de abril de 2010

Señor cura: no "asuste" a los fieles

Germán Díaz*  
 Padre Ariel Álvarez Valdés.
Entra el docente-catequista en el salón de clases de una escuela católica de renombre. Saluda, borra el pizarrón y escribe con letra grande: Tema: Adán y Eva expulsados del paraíso terrenal. Un alumno, de peinado batido y con ojos pícaros, asalta con voz potente en el aula y dice: “Adán y Eva no existen, profe, deje de escribir gansadas”. El docente-catequista se da media vuelta y señala al alumno abanderado con el dedo, mientras le ordena con voz potente: Andá a buscar el libro de disciplina. El del “peinado batido” se sienta y en voz baja balbucea: “Que viejo de m...”.
Ya no vivimos en los tiempos ni de la represión, ni del oscurantismo. Estamos en los tiempos de las respuestas claras. Ya no se puede evangelizar o catequizar con cuentitos o historietas. Hoy valen el testimonio y la verdad racional. Algunos católicos últimamente se han refugiado en el sentimentalismo o en las devociones de moda. A pesar de los más de 2000 años de Iglesia, con una construcción filosófica y teológica, algunos sacerdotes han renunciado a ser ministros de la Iglesia de Cristo para mimetizarse con las predicaciones estridentes y milagreras, o laicos que depositan toda su energía religiosa en seudo mensajes de la Virgen y de Dios Padre.
Ariel Álvarez Valdés, el sacerdote que recientemente abandonó “los hábitos” −según versiones periodísticas− luego de que las autoridades eclesiásticas le pidieran retractarse de su teoría negadora de la existencia histórica de Adán y Eva, comentó que, en realidad, lo que le pidieron es que no "asuste" a los fieles.
La verdad es que la Biblia no tiene la misión de explicarnos cómo apareció el hombre sobre la Tierra. Sabe de dónde proviene el hombre, de las manos de Dios, pero cómo apareció es una respuesta que debe dar la ciencia. La Biblia no es una enciclopedia científica.
Muchos católicos y eclesiásticos no pueden distinguir ciencia de religión, o siguen creyendo que se contraponen una a otra. De este modo trataba de esclarecer el P. Valdés una verdad tan cierta como claramente entendible.
Por otra parte, remarcó el padre, que él había comunicado, a las autoridades eclesiásticas de Santiago del Estero -diócesis a la que pertenece-, que su teoría que niega la existencia histórica de Adán y Eva no contradice la idea del pecado original. Son dos verdades distintas o, mejor dicho, la primera es una “verdad” pedagógica, y la segunda, una verdad teológica.
La ciencia y todo hombre con sentido común pueden aceptar que hubo un primer hombre y una primera mujer, sin embargo, no se puede afirmar que hayan sido llamados por un nombre propio, ya que el habla y las palabras no son prehistóricas. Tampoco se puede seguir sosteniendo que los supuestos “Adán y Eva” exhibieran el cuerpo estilizado de las ilustraciones de las biblias para niños. Más bien, deberían ser más semejantes a los “cavernícolas” que generalmente vemos en los documentales.
La verdad teológica es que, sin lugar a dudas, el hombre desobedeció a Dios desde los primeros tiempos o, más precisamente, “quebró su amistad, quebró el orden establecido. Si el primer hombre fue verdaderamente hombre: usando o abusando de su libertad, quebró el equilibrio... de allí, toda la explicación pedagógica del “Génesis”.
Para el P. Valdés, "El pecado original es una creencia que la Iglesia tiene, pero que no se relaciona, en primera instancia, con Adán y Eva. Es una reflexión posterior que ha hecho san Pablo y que está basada en la Carta a los Romanos, y no en los relatos de Adán y Eva. No mucha gente de Iglesia conoce esto y cree que, con negar la historicidad de Adán y Eva, uno va a negar esta doctrina del pecado original", declaró Álvarez Valdés en algunos medios de comunicación.
Es una verdadera pena que, para algunas personas, el P. Ariel Álvarez Valdés sea un mentiroso o engañador. Yo creo que encarna una luz de inteligencia dentro de la Iglesia argentina. La existencia de este sacerdote ayudaría a mejorar la catequesis para los adultos y, por ende, a madurar una fe que, a veces, queda anclada en la primera comunión o en la confirmación. Probablemente, el único error del padre resida en su exuberante claridad mental e inteligencia, que lo torna un poco “irreprimido” a la hora de enseñar. ¡Lástima que no lo entiendan!
Hay escándalos que sí deberían preocuparnos como Iglesia. O como cuestionó el mismo P. Valdés en una entrevista: “Dicen que mis enseñanzas causan perplejidad. Pero acaso: ¿la perplejidad es buena o mala?”. Muchas de las acciones que realizan los sacerdotes o los laicos causan perplejidad. Algunos, por lo que hacen, y otros, por lo que no hacen. Algunos, por su fascinación ideológica, otros, por su conveniente simpatía con las autoridades políticas. A menudo, nos dejan perplejos la falta de racionalidad para tratar temas difíciles de hoy, como la homosexualidad, el divorcio, los derechos humanos...
En definitiva: ¿cuál es el problema, la divulgación de la verdad o la catequesis estacionada y paralizada solamente en los niños? ¿No será que la creciente masa de cristianos enloquecidos por las devociones de moda paraliza, de alguna manera, una catequesis más racional y coherente con el mundo en que vivimos? Es claro que las devociones estacionales alimentan bastante el orgullo clerical y sacramentalista de “llenar los templos”. Pero, la verdad, la divulgación seria de la fe, el estudio de la Biblia y la profundización de la tarea del laicado en la Iglesia están estancados aún por el aparente miedo a la perplejidad de la gente sencilla.
Antes que nada, yo me pregunto: ¿Qué clase de fiel es aquél que siente que su fe tambalea porque Adán y Eva no existieron? Más que preocuparme por la existencia de Adán y Eva, me interesa saber: ¿Existe un católico así? ¿En qué parte del Credo católico estamos obligados a creer en Adán y Eva? ¿Será cierto que algún miembro de la jerarquía teme que se digan verdades a la “gente sencilla”? ¿Qué entendemos por “gente sencilla”? ¿Los misterios de la fe no son atribuidos por Jesús al entendimiento de la gente humilde y sencilla? Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños (Mt 11, 25).
*Religioso salesiano, licenciado en Comunicación Social.

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