miércoles, 24 de marzo de 2010

El golpe

Miguel Brevetta Rodríguez

(Comentario de una noche que cambió el rumbo de la historia)
 La noche del 23 de marzo de 1976 me encontró estudiando en compañía de Luís Marcelo Quiroga y José Antonio Uñates, dos queridos y entrañables amigos, lamentablemente fallecidos.
Recuerdo muy bien la teoría de los contratos, la locación, el mandato y un sinfín de especulaciones que se mezclaban con el café cada media hora, los “Jockey Club” de Tito, los “Colorado” de Tuky y mis clásico habanos, que le aportaban al escritorio un aroma de pub nostálgico.
En Buenos Aires, la Presidente de la Nación, Maria Estela Martínez viuda de Perón recibía a los políticos del momento, los que pretendían salvar la democracia desde un sector y a los otros, que anhelaban seguir participando, pero desde la otra posición  a la que estaban acostumbrados.
Mi poderosa radio Tonomac Platino informaba por minutos los avances del noticiero de radio El Mundo, pero como éste no era confiable, sintonizábamos radio Colonia, emisora que aún transmite precisamente desde la Republica del Uruguay. Aproximadamente a las 20, 30, Oscar Alende, el legendario presidente del Partido Intransigente declaraba: “Tengan confianza los argentinos estamos lejos de un golpe”. Nos mirábamos sin opinar. No discutíamos sobre los acontecimientos nacionales, pero cada uno sabía, desde su óptica, que las cosas no estaban bien en las esferas del poder central.
En Santiago del Estero, como no podía ser de otra manera, gobernaba el doctor Carlos Arturo Juárez, secundado por su compañera Mercedes Marina Aragonés, quien por entonces se encontraba a cargo de la subsecretaría de Desarrollo que dependía del Ministerio de Bienestar Social. Arturo Frondizi informaba: “Es necesario consolidar el Frejuli para aventar los rumores golpistas que tanto daño le están haciendo al tejido social”.  Nosotros estábamos atentos y continuábamos estudiando, pero con la radio prendida.
En tiempo, la inflación se hacía sentir como nunca, digamos como ahora. La sensación de la existencia de un “vacío de poder” estaba presente en todas las conversaciones de los argentinos.  La caída de los salarios, la devaluación del peso, los reclamos sindicales, el aumento de las tarifas en un 100 por 100, colocaba a los trabajadores en un estado de angustia permanente. A ello se sumaban los constantes crímenes de la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como la  “triple A”  conformado un clima expectante y no precisamente para la continuidad democrática.
Los nombres de José López Rega, Casildo Herrera, Celestino Rodrigo y otros se reiteraban en las mesas de las acusaciones y el descontento generalizado. El uso de una “licencia por salud”, más provocada, que solicitada por la Presidente; el atildado Ítalo Lúder, como la contracara de Lastiri y sus miles de corbatas. Los efectos del “rodrigazo” y los movimientos nerviosos en Campo de Mayo recalentaban un ambiente tan elocuente y propicio que no resultaba extraño ni para el más democrático de los argentinos.
Cerca de las 23 se anunciaba la palabra de Ricardo Balbín, el jefe del partido radical. En mi escritorio se hizo un silencio elocuente. Esta vez nos miramos ansiosos, preocupados, porque sabíamos que el jefe radical disponía de mayor información y era conocido como un  hábil negociador.
Ya habíamos escuchado a los voceros del optimismo que se mantenían reunidos en los despachos de la Presidencia. Este era el último de los oradores.
No habló mucho, como era su costumbre, sus discursos estaban confeccionados dentro de una síntesis bien definida.
“Yo no tengo soluciones” -dijo- sentenciando el fin de la democracia y se cortó la comunicación.
Cerca de la medianoche, como era habitual en épocas de exámenes, nos fuimos a comer los mentados “panchitos con licuado de banana y leche” sobre la entonces acequia Belgrano, al frente del Automóvil Club. Al volver -como éramos tres- varios militares y presuntamente civiles que ya habían ganado las calles nos interceptaron sobre Libertad y 25 de Mayo pidiéndonos identificación, y pudimos zafar gracias a las credenciales policiales de mis amigos.
Cuando llegué a mi casa me informaron que habían llamado los doctores Vicente Solano Lima y Alberto Fonrouge, para alertarme sobre la inminencia del golpe de Estado.
A la semana siguiente me visitó mi padre pidiéndome prudencia en mis actos, pues gente de los “servicios” le habían comunicado que desde el Ministerio del Interior habían requerido mis antecedentes, pero que no me preocupara.  Para que en realidad me preocupe.
Antes de fines de abril recibí el decreto en donde me dejaban “prescindible” de mi cargo en el PAMI local de donde era su jefe.
No rendimos en ese turno del trágico marzo. Mis amigos con exceso de trabajo. Y pasé a integrar la lista de desocupados, como tantos. Después llegó el miedo y una angustia permanente.
Desde la terraza de mi casa observaba casi todas las coches, movimientos de combate, gente corriendo, a veces gritando, todo a oscuras, en silencio… como el de los sepulcros.
Hoy se celebra el día por la Memoria, la Verdad y la Justicia instituido por la ley  25.633.  Pasaron 34 años desde esa noche que sirvió de prólogo al 24 de marzo de 1976, cuando un genocidio inútil y perverso acentuó el desconcierto entre los argentinos.

                                    Suscribo nombre y apellido
                                    y ruego a Ud. tome partido
                                    para intentar una solución
                                    que bien podría ser la unión
                                    de los que aun estamos vivos
                                    para torcer nuestro destino
                                    saluda a Ud. un servidor. 
                                               (Víctor Heredia)

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