Alejandro Dausá*
Ariel Álvarez Valdés.
El presbítero Ariel Álvarez Valdés volvió a ocupar titulares en algunos medios de prensa. Todo indica que se cierra un capítulo más en su vida. Lo conocí personalmente hace casi treinta años, cuando era ordenado diácono en Santiago del Estero.
Recuerdo que fue destinado a una parroquia de la ciudad de La Banda , y también recuerdo la admiración del párroco, que nos relataba con asombro cómo el joven diácono se había tenido que instalar en una especie de incómodo pasillo, donde había ubicado su cama y algunos pocos libros en una casa parroquial antigua y nada confortable.
La admiración del cura por la modestia de Ariel era comprensible; se trataba del heredero de una familia santiagueña poderosa, dueña del periódico El Liberal y otras empresas.
Pasó el tiempo y supe que se había especializado como biblista. Leí algunos de sus artículos, que por lo general abordan cuestiones clásicas desde ángulos sorprendentes, con una llaneza y precisión notables. Infrecuente mezcla de erudición y voluntad de poner al alcance del público ciertos temas sobre los que se han construido a lo largo de los siglos no pocas teorías y costumbres estrafalarias en la Iglesia Católica.
Se puede afirmar que hizo de la divulgación bíblica popular su especialidad, y eso lo perdió. Es interesante constatar que por lo general el Vaticano no persigue biblistas, porque supone que las investigaciones que realizan quedan en ámbitos intrincados, inalcanzables para la mayoría de los fieles.
A pesar de reiteradas pesquisas, a Ariel no se le ha probado ninguna contradicción con los dogmas vigentes. Su “delito”, en cambio, fue uno de los más temidos; consistió en divulgar ciertos puntos de vista que se tornan inquietantes para el orden establecido, sus certezas impuestas y su obsesión por el ejercicio del tutelaje sobre fieles a los que desprecian como una caterva irremediablemente incapaz.
Transgredió uno de los grandes pilares del proceso católico restauracionista en marcha hace ya décadas: aquel que exige sumisión y anulación del pensamiento propio, y ensalza a la vez la repetición mecánica como paradigma pedagógico.
Basta detenerse unos minutos para analizar la programación y el discurso de canales de televisión como EWTN, que viene a ser la reiteración infinita, en colores y animada por diversos personajes del catecismo de Astete y Ripalda.
Basta examinar el alud de documentos y pronunciamientos oficiales católicos, expertos en responder con minuciosidad preguntas que casi nadie en nuestras sociedades formula.+ (PE)
*Desde Bolivia.
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