Vista aérea de Santiago a principios del siglo XX.
En casos muy extraordinarios solamente se han dado las circunstancias de que en una actividad comercial, una firma se haya prolongado en ella por espacio de treinta o cuarenta años sin esas alternativas tan comunes de la fatiga o de la adversidad. La casa Gigli, del rubro de joyería, relojería, óptica entre nosotros, es una de ellas. Representa en tal sentido una tradición.
Apareció en el año 1910 en la calle Independencia 145. Era un modesto comercio que acababa de instalar D. Vicente Gigli. Había llegado hacía poco tiempo de la vieja Italia, su patria nativa. No traía mucho dinero, pero en cada mano traía el capital de un aprendizaje, que es moneda universal entre los pueblos civilizados. Poseía también la fuerza del optimismo. Con esos valores comenzó.
Cinco años más tarde, ensanchado ya su comercio y con perspectivas mejores aún, sentía la necesidad de otro local. La población urbana crecía también y sus exigencias progresistas requerían del comercio una actitud correlativa.
El señor Gigli no descuidó este orden de cosas. El público le había vigorizado en sus actividades y él no podía ni debía desentenderse de esas poderosa e insustituible fuerza de impulsión. Por eso, como decimos, en 1915, pasaba con todas sus existencias, aumentadas considerablemente, a otro edificio de la misma calle, en la propia entraña de un neurálgico centro comercial.
Allí continuó trabajando el señor Gigli, acompañado ya de su señora esposa, doña Josefina Frediani, eficaz e inteligente colaboradora.
Las prácticas comerciales de esta casa, no fueron nunca espectaculares. Trabajaba, y este sigue siendo su sistema, con sencillez.
Algunas años más tarde, el señor Gigli, convertida ya su casa en verdadero establecimiento moderno, ampliadas y perfeccionadas todas sus secciones, especialmente las de óptica y fotografía que se han colocado al nivel de cualquier importante comercio similar de las grandes ciudades, inauguraba su local propio sobre calle Avellaneda 237.
Como los más modernos comercios de la materia, quien entra en la casa Gigli, tiene la sensación singular de que penetra en un mundo de fábula. Vitrinas afortunadas en las más fantásticas variedades de joyas a cuya fascinante atracción nadie escapa. Y en las paredes, a un lado y a otro, como en una visión de sueños extraños, grandes relojes que pican sobre el tiempo un tic-tac característico. Tiene todo el aspecto de un mundo de juguetería.
Pero pronto adviértese que no es eso. Miles y miles de pesos en pequeñas gotitas de oro, para las orejas rosadas de las niñitas, anillos, relojes, cristales especiales. Todo eso constituye un gran capital, hecho a puro esfuerzo humano, con las manos y el aliento de un solo hombre, consagrado a ello a lo largo de 38 años de fecunda actividad.
El Liberal, número del cincuentenario.
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