Sergio Crivelli
El Congreso Nacional.
Los italianos opinan que la mafia no es un problema, sino una desgracia, porque los problemas -una ecuación, un crucigrama- tienen solución, pero las desgracias, no. Y a la mafia -como está a la vista desde hace muchos años- no le encuentran solución.
Los argentinos podría decir otro tanto de la inflación con la que conviven -a veces de manera angustiosa- desde hace más de seis décadas sin conseguir más que alivios transitorios que, para peor, terminan en estallidos empobrecedores de prácticamente toda la sociedad.
Desde hace cuatro meses la inflación está comenzando a desbocarse otra vez. Anda por el 2% mensual (o mucho más), pero en esta ocasión la respuesta de las autoridades de turno es de una originalidad sorprendente: la niegan. ¿Por qué? Por al menos dos tipos de razones.
La razón más directa es política y es consecuencia de la debilidad. Además de perder las elecciones de junio y el control del Congreso, los Kirchner también perdieron la posibilidad de ser reelectos. Lo que hacen, por lo tanto, es ganar tiempo hasta el día en que traspasen el mando a un sucesor que tendrá que arreglarse con lo que reciba. La política en este momento atraviesa esa tierra de nadie en la que ningún sector tiene soberanía. No hay mando, no hay decisiones, hay parálisis.
El principal objetivo de los Kirchner es que no se disuelva la gobernabilidad antes de retirarse del gobierno. Se limitan, entonces, a trabar el funcionamiento del Congreso, donde una oposición fragmentada y sin conducción anda a los tropezones y es presa fácil de las maniobras más elementales. No pueden aprobar a libro cerrado, como hacía antes, más impuestos para achicar el déficit -principal causa de la inflación-, pero por lo menos muestran todavía recursos para impedir que la oposición les meta la mano en la "caja", fuente de toda razón y justicia. Si para hacer política en la era "K" hace falta dinero, el dinero devaluado dará poder devaluado.
El equilibrio de fuerzas que empantanó al Legislativo también traba al Ejecutivo. Después de los fracasos del verano para apropiarse de las reservas del Banco Central, Cristina Fernández se ha dedicado a la retórica. Emplea gran parte de sus energías en discursos en los que se autoelogia con entusiasmo y critica a la oposición que abarca a los políticos, a los medios y a los jueces que le fallan en contra.
Mientras su esposa habla diariamente, Néstor Kirchner cuenta la tropa que le queda y opera. Convoca a gobernadores y piqueteros. Pasa lista para ver quiénes están empezando a tomar distancia. Busca una estrategia para digitar su sucesión, pero enfrenta dos factores adversos. Primero, el tiempo le juega en contra. Segundo, si no pone freno a la inflación, cualquier dirigente que se arrime al Gobierno perderá de inmediato la chance de ganar en 2011. Ni la épica podría evitarlo.
El segundo tipo de razones por la que los Kirchner dicen que no hay inflación es económico. Si la admitieran, deberían frenar su principal motor: el gasto público. En otras palabras, tendrían que ajustar. Pero eligieron fugar hacia delante y dejar que del ajuste se encargue otro. Pueden todavía controlar el tipo de cambio y después de la inflación viene siempre un período recesivo. Sólo creen que hace falta esperar. Esperar no exige mucho poder.
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