Miguel Brevetta Rodríguez
El presidente Alfonsín, en sus años jóvenes.
Hoy hace un año que dejó este mundo Don Raúl Alfonsín, un hombre puro de la democracia argentina, quien desde su más temprana juventud se aferró a un ideario que no permutó en ningún momento y que conservó encendido hasta el mismo día de su existencia terrena.
Su adiós profundo, fue un adiós austero, callado, hasta diría que cansado de arduas explicaciones sobre las causas y razones de la entrega anticipada de su mandato. ¿A quién se le ocurriría poner en tela de juicio el cómo, el cuándo y el porqué de los designios que el destino escoge para cada uno de nosotros y que debemos aceptar sin replicar?
Lo cierto y evidente es que su deceso caló profundo en el sentimiento popular y su ausencia nos dolió a todos, mucho más allá la noticia de su adiós.
Tras estos pocos lustros de democracia en consolidación, aprendimos a reconocer su trabajo y su fervor por la vida en democracia. Sus frases, las síntesis de sus discursos, su apego al ideario partidario, sus consignas y vaticinios esperanzadores, hoy se recuerdan como música en el tiempo en que los argentinos, volvíamos a transitar por el camino del derecho y de las garantías que nos brinda nuestra Constitución Nacional.
Había fervor en su oratoria y fuego en sus palabras. El fue el presidente de todos, después del horror que arrancó en el 76. Él fue quien se acercó sin revanchismos, ni venganzas, el que hablaba de consolidar la democracia –cuando muchos pensábamos que ya no hacía falta- simplemente porque enemigo pequeño no se encuentra en la tierra.
Fue un eje fundamental para los partidos políticos, sin que le interesase nunca el caudal electoral que acompañó a cada libre expresión doctrinaria. Entendió que la democracia, necesita de más democracia y que las libertades, en especial las del pensamiento, no deben ser conculcadas sobre los intereses y conveniencias de los mandatos de turno.
Hoy, aquí y ahora, esa premisa está visible y latente entre los que sostenemos la vigencia del pluripartidismo como esencia de la democracia americana y somos conscientes que, quien lo sucedió en el poder lo primero que hizo fue suprimir los aportes partidarios, elementales para el manteniendo de los distritos provinciales, y ahora por medio de una ley votada contra reloj y a fuerza de un apriete inconcebible por parte de un gobierno que ya perdió su hegemonía, persigue el fin de las ideologías, con el pretexto de la conveniencia de un bipartidismo, ajeno y extraño a nuestra naturaleza política.
No fui su correligionario. Tampoco lo voté nunca. Es más, puedo decir que estoy lejos de su ideario radical, pero ello no justifica que deba omitir reconocer las virtudes del hombre público que nos gobernó en tiempos difíciles, ni que analice sus aciertos, como así los errores que no pueden estar ausentes en la naturaleza y el obrar del hombre.
Cuando la balanza se inclina hacia el deber ser, todo se justifica y le asiste razón de existencia. Este tribuno, nos indicó un camino, como argentino bien intencionado. En fin, hace un año, nos dejó un hombre de la arena política, al que supimos reconocer y respetar, antes y después de muerto.
Nobleza obliga este sencillo recordatorio -que muchas veces llega tarde- pero que amerita los mismos sentimientos de agradecimiento y comprensión que nos inspiran, cuando recordamos a un hombre de bien.
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