Pedro Villagra
Las universidades no solamente deben fabricar profesionales.
Sin tener mucha idea de los problemas de la educación, como un bonus pater familiae, esta es mi opinión sobre el arancelamiento de las universidades estatales.
La primera reflexión es que creo que no hay universidad gratuita: sería tal si nadie cobrara por enseñar, dirigirla, limpiar las aulas, si los insumos le fueran entregados sin cargo, si no se pagaran alquileres, honorarios, viáticos, sueldos o dietas. La universidad no es gratis, alguien la paga.
La segunda idea que me viene a la mente es que en casi todas las ciudades de la Argentina , las universidades estatales tienen más prestigio, o por lo menos gozan de más nombre que las privadas de esos mismos lugares. Así un psicólogo recibido en la Universidad de Buenos Aires, siempre podrá sacar pecho con el lugar en que obtuvo su título, más que otro recibido en cualquier universidad privada. Salvo las excepciones de rigor.
La tercera, que la universidad pública de Santiago, se ha dedicado, en los últimos años, a mirarse el ombligo. Por caso, de la múltiple cantidad de trabajos finales de sus alumnos, no se sabe de uno que haya beneficiado a la sociedad. Algunos son interesantísimos, pero ninguno ha llegado a los santiagueños para ayudarlos a vivir mejor. Quedan resguardados en sus archivos y tienen por único fin, la evaluación final de sus alumnos, lo que visto desde afuera, parece un gesto enorme de egoísmo. Y gastar en quien cree que su título se debe solamente a su esfuerzo personal.
La cuarta, los santiagueños hemos visto con azoramiento y pena, que la universidad pública en Santiago, a veces repite los mismos vicios que la política, como acarreo de votantes, cambio de dinero por votos y promesas de cargos en reparticiones del Estado en tiempo de elecciones o acomodo de hijos, parientes, clientes o entenados en sus oficinas y claustros. La universidad no debería ser botín de la corrupta política local.
Otra más. En muchos casos la universidad se ha convertido en una máquina de entregar títulos. Se ha cuidado la formación académica mas no la formación humanista que debe tener un profesional, que es quien hace profesión de fe en una especial habilidad o conocimiento, ya sea como ingeniero, contador o técnico.
Y otra: la universidad debe tener un por qué más allá de las supuestas o reales necesidades de la población. No solamente debe decidir qué sociedad desea que construyan sus egresados sino qué clase de hombres la constituirán. El progreso material o espiritual de un pueblo es una consecuencia de la calidad de la formación de los hombres que estudian en sus escuelas más que del contenido de la enseñanza que reciben.
Si se ha entendido lo anterior, entonces se concluirá que la universidad es, antes que todo, una idea, un norte, una meta, una utopía. En los últimos años hubo quien confundió la universidad con los galpones que a veces le dan cobijo. Así como durante muchos siglos los judíos fueron un pueblo sin Estado, la universidad puede sobrevivir sin aulas propias, la sola voluntad de serlo la hace tal, incluso aunque no entregue títulos válidos.
Respondiendo a alguno de los interrogantes anteriores, el problema de los aranceles, tarifas, becas, subvenciones, canonjías, gangas y prebendas serán una cuestión menor que obviamente, se resolverá sola, es decir que caerá sobre su propio peso.
Salvo mejor opinión.
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