Especies y quesos al alcance de los transeúntes.
El día que los inspectores de Bromatología de la municipalidad o de la provincia se decidan a trabajar en Santiago no quedará en pie ni un solo comedero público. Si comenzaran por el mercado Armonía, tendrían que observar todas las ventas de sánguches, comidas al plato, venta de carne de vaca, de pollo, de cerdo o de otros animales con ojos, pues quedaría al descubierto no solo la desidia con que se encara la limpieza en este lugar, sino también algunas prácticas no recomendadas en el Código Alimentario Argentino. Sin olvidarse de algunas otros rubros como venta de artículos regionales, pan, quesos, ¡especies! Y hasta frutas y verduras.
¿Quién ha visto dónde se lavan las manos los trabajadores del mercado? ¿Quién ha visto a uno sólo lavándoselas? ¿Cuándo ha ido Bromatología a instruirlos sobre normas de hgiene?
Comidas recalentadas o vueltas a freír o expuestas a las manos, la tos o el estornudo de los transeúntes, vinos aguados de dudosa procedencia, mozos no uniformados, la mayor parte de ellos trabajando en negro, carne molida de quién sabe cuándo o de qué animales o con qué sustancias para hacer que no pierda el color, alimentos al alcance de cualquiera son algunas de las faltas que en cualquier lugar serio de la Argentina harían que el mercado Armonía no soporte ni una somera auditoría visual, valga la contradicción.
Para no hablar de las ratas que suelen pasan por debajo de los pies de los comensales, como si hicieran burla a las más elementales normas de limpieza. O las cucarachas que a veces, muy tranquilamente suelen subir por algunas paredes, expuestas solamente al servilletazo de alguna cocinera.
De los bares, confiterías y restaurantes del centro, quizás se salvarían tres o cuatro. Estudiantes de la tecnicatura en gastronomía, que hicieron su pasantía en alguno de los comederos más renombrados de la ciudad, han contado a sus profesores que ninguna de las normas de higiene que aprendieron a poner en práctica en las aulas, son observadas en estos lugares.
Para no hablar de panchuquerías, pancherías, ventas de churros y helados en carritos, que no toman ninguna precaución a la hora de vender sus productos, que no se sabe cómo los preparan, o en el caso de los panchuques, cuándo lavan las jarras con el menjunje o la plancha en que cocinan o cuándo y con qué agua se lavan las manos quienes los preparan.
Cuando los inspectores de Bromatología de la provincia, uno de estos días, se decidan a trabajar, no solamente en la capital sino en las principales ciudades de la provincia, es muy probable que durante uno o dos días, falten los alimentos. La ventaja más evidente será que luego disminuirán sensiblemente algunas de las intoxicaciones que sufren quienes comen en estos lugares. A partir de ese momento, sentarse a comer en cualquier bar, confitería, o restaurante de la ciudad, aún en los más renombrados y caros, no será la tómbola que es hoy. Si le tocó la porción que no tiene ala de cucaracha, salvado, si no, alpiste.
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