Ernesto Bisceglia
Unos 10 mil alumnos pasaron al curso siguiente.
En Córdoba, una nueva disposición de las autoridades educativas de esa ciudad ha permitido que 10.000 alumnos pasen al curso siguiente adeudando tres materias previas, cuando la disposición desde siempre únicamente permitía que fueran dos. Vale decir que la cuarta parte de esos educandos que se llevaron materias a rendir se beneficiaron con esta posibilidad.
Ninguna explicación será seria para justificar el facilismo, aunque las autoridades nieguen este concepto aduciendo que se trata de “garantizar la permanencia de los chicos en la escuela”. En realidad, aquí la solución no es retener alumnos al precio que sea en el sistema educativo sino generar nuevas y mejores estrategias para enseñar. La educación entraña en sí misma un esfuerzo constante de superación, hábito que cimenta el hecho cultural; pero nada podemos pedir cuando vivimos en un país cuyo gobierno en la última década ha instalado la cultura del menor esfuerzo, de la dádiva y del relajamiento. Nada podemos pretender de quienes han pisoteado la Constitución con tal de amojonarse en el poder y sabido es que para retenerlo hay que embrutecer a la población hasta los límites más lejanos, pues un pueblo ilustrado no sabe a quién vota ni para qué vota. Se lo engaña con el cuento de la democracia, de que hay cuidarla porque ella nos lo permite todo, incluso delinquir en toda la amplia concepción del término, que de seguir así las cosas, en cualquier momento se inscribe como un derecho humano más.
Justo en medio de la celebración del Bicentenario patrio, conviene reflexionar que los fundadores de la República transcurrieron casi todo el primer siglo intentando educar, sembrando conciencia de la necesidad de estructurar un sistema de enseñanza y cuando tuvieron esas bases dictaron la norma que regiría en los modos y en las formas ese esfuerzo: la Ley de Educación 1420 de 1884.
Ahora, la política ha hecho de la decadencia cultural una bandera que agita cada vez con más entusiasmo. Nada se hace para adelantar, para mejorar; por el contrario, mientras más vulgar pueda ser el ciudadano argentino en ese sentido se estatuyen las leyes y los decretos.
Lamentablemente, estas generaciones formadas en el marco de este modelo empobrecido enfrentarán mañana un mundo que sólo acepta a los más capaces, a los más instruidos, a quienes han logrado adquirir mayor conocimiento. El saldo será –y ya se puede ver- una masa creciente de seres seminalfabetos, incapaces de leer un periódico, mucho menos de realizar un análisis crítico de una noticia. Carne de cañón de abusos electoralistas, piqueteros en potencia, punguistas del sistema que engrosarán la lista ya abultada de ciudadanos de segunda o tercera categoría cuya única forma de subsistencia será el asistencialismo estatal. Así, no hay futuro mejor que se pueda aguardar.
Debieran comprender las autoridades que educar es un acto patriótico, porque es invertir en la salud intelectual del país echando semillas cuyos frutos ellos seguramente no verán, pero que podrán aguardar tranquilos en conciencia de que están haciendo almácigos de cultura que un día fructificarán en beneficio de este, su país.
Claro que, un pueblo educado jamás votaría a los dirigentes que tenemos. Seguro que allí reside la causa de la desatención y destrucción del sistema educativo.-
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