martes, 16 de marzo de 2010

"Tú eres sacerdote para siempre”


Domingo Schiavoni
 Ariel Álvarez Valdés.
Casi hacia mediados del siglo pasado, el diario Crónica de Buenos Aires -el que se editaba en papel, el tradicional, no el actual, el que se edita en versión digital- destacó en su página de policiales un hecho del que aún guardo memoria. Un ómnibus urbano de pasajeros atropelló en una esquina muy  peligrosa a un motociclista que se cruzó en forma muy audaz queriendo ganarle en el cruce al colectivo.
El pobre conductor del hemiciclo quedó tirado sobre el pavimento con heridas gravísimas, que a los pocos minutos determinaron su muerte. La gente del servicio de transporte miró azorada el hecho y quedó inmovilizada de espanto. Todos los pasajeros menos dos. Una monja, que viajaba con sus hábitos y un señor de modesto traje de mezclilla, que se bajaron presurosos. El segundo, ante la mirada extraña y atónita del resto del pasaje, se arrodilló junto al herido y comenzó a rezar y a bendecirlo, leyendo un pequeño librito que llevaba en el interior de su saco. En seguida la religiosa lo acompañó, no sin antes preguntarle mirándolo a los ojos: “¿Tu es sacerdos?”(¿tú eres sacerdote?). El hombre le respondió con voz baja: “In aeternum” (para siempre).
Obviamente, aunque reducido al estado laical, nunca olvidó la condición que le había conferido el sacramento del Orden Sagrado, que al igual que el Bautismo, nunca expira y le estaba administrando al motociclista la Extremaunción.
Ariel Álvarez Valdés lo sabe porque esas palabras que mencionó un obispo al consagrarlo sacerdote han quedado grabadas para siempre en su alma. Sabe que, a través de ese transitorio prelado, el Señor de la Historia le encomendó la misión real, sacerdotal y profética, aunque hoy, escarnecido en forma atroz por la jerarquía y humillado casi hasta la indignidad por los que se consideran dueños de la fe cristiana, haya debido adoptar esta tan dolorosa decisión que pone en duelo a la iglesia de Santiago del Estero. No a la jerarquía sino al pueblo de Dios peregrino en la tierra. A esa iglesia de las catacumbas, como dice el fray Antonio Puigjané, que no es la iglesia de las catedrales ni de los oropeles del poder, sino la que cumplió el verdadero mandato de Jesucristo: amarse los unos a los otros como Él nos amó y darlo todo a los prójimos más necesitados.
Por alumbrar conciencias, por enseñar a pensar, por demostrar que la Verdad no está en fábulas ni en versiones que se escribieron lejos de todo criterio racional o científico, por decir que la Biblia es la palabra de Dios pero no todo que cuenta es cierto, porque los hombres que la escribieron no eran necesariamente dioses, por afirmar que lo único cierto y verdadero es nuestro kerygma, le pasó lo mismo que a Galileo, que a otros como él, como los teólogos Jean Danielou, Karl Rahner, Martín Honecker,  Edward Schillebeeckx, Teilhard de Chardin y a Henry De Lübac, y nuestros queridos Juan José Tamayo y John Sobrino, entre tantos otros.
Mientras el Vaticano y sus autoritarios dicasterios sigan considerando que católico significa romano y eurocéntrico y no necesariamente universal, mientras no se respete a las iglesias particulares, mientras se siga condenando a la Teología de la Liberación, mientras se desprecie a la religiosidad popular, las herejías no estarán en los heroicos curas que hablan con la sinceridad y la simpleza de Jesús sino en sus propios y pomposos despachos y en sus vanidosas canonjías.
Por eso Ariel, sacerdote ya o no, seguirá siendo siempre para todos los santiagueños el bienamado Padre Ariel Álvarez Valdés. Y lo será para siempre, pese a la dispensa canónica. Lo será “in aeternum”.

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