Zamora no da pie con bola con sus intendentes en la capital.
Un nuevo periódico, de los tantos que circulan por Santiago en los últimos tiempos, sostiene en su portada: “Las bases lo piden”, y publica una foto grande del hermano del gobernador, Daniel Zamora. Es una maniobra burda y de baja estofa, ideada por algún aprendiz de escriba, ya que a nadie se le ocurriría pensar, en estos días, que las bases piensen que el hermano de Gerardo Zamora pueda ser un candidato digno.
Lo cierto es que si a Daniel Zamora o a cualquiera de sus contrincantes oficialistas se los diera vuelta, no se les caería una idea sobre cómo gobernar la ciudad.
Ninguno sabe qué se debe hacer con el tránsito, cada día más pesado en las horas pico ni cómo resolver el drama de los basurales que florecen en los barrios ni cómo resolver la falta de iluminación nocturna en algunos sectores ni cómo acabar con la corrupción en todos los estamentos de la comuna. Y, mucho menos, cómo se debe manejar los barrios que todos los días se agregan en las afueras de la ciudad, qué necesitan, dónde construir escuelas o cómo hacer para que no sufran la falta de servicios esenciales.
Pero, por lo menos, los otros candidatos que en estos momentos se enfrentan a Daniel Zamora, caminaron la ciudad, vienen haciendo política desde hace más de diez años por sí mismos, no colgados de la falda de ningún hermano y saben qué piensa la gente. Mal que mal, no son tan improvisados como el hermano del gobernador, al que hasta ahora, solamente se le vieron las uñas en cuanto negociado anda suelto en la provincia y en la ciudad.
Además, ¿cuáles son las bases que lo piden?, ¿dónde está la gente que espontáneamente sale a la calle a opinar que podría ser la solución para los capitalinos?, ¿qué galones ganó en las internas de qué partido?, de última, ¿sabe que cuando se come no se debe apoyar los codos en la mesa?
Si bien Carlos Arturo Juárez nunca ganó, desde 1983, una elección a intendente en Capital y La Banda , al menos perdía con elegancia, sin mandar a quemar tanta dirigencia en el altar de una encuesta inexistente. Zamora debiera aprender de él, si pretende que su tropa no empiece a odiarlo cuando nomine sus candidatos definitivos ni termine alejándose despavorida una vez que se comiencen a contar los votos, un domingo de estos, de fines de agosto o principios de setiembre.
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