miércoles, 12 de mayo de 2010

Rateadas

Sergio Sinay
  Escolares de Mendoza, que iniciaron los “faltazos” en los colegios.        
El último grito de la moda virtual es la rateada colectiva. La convocatoria nacional (y, al parecer, ya también internacional, pues cundió en Uruguay) a desertar durante un día entero del colegio. Miles de chicos se encolumnan detrás de ella. Miles de adultos se horrorizan. ¿Será el fin de la disciplina, el fin de la escuela? Como era de esperar, las autoridades educativas (ministros, viceministros y otros burócratas de altura que hace tiempo no ven un chico real, de carne y hueso, sino que sólo leen estadísticas e informes), no tienen respuesta. Peor: no tienen explicación. Esto los encuentra en otro lado.
Mientras tanto, ¿de qué nos asombramos? En un país en el que diputados y senadores se ratean todo el tiempo y usan la rateada como método extorsivo, ¿por qué no habrían de ratearse los chicos? En un país en el que el piquete es la excusa cotidiana para ratearse del trabajo, abandonar responsabilidades y deberes, ¿es más grave lo de los chicos? En un país donde si uno llama a un número de atención al cliente (en cualquier rubro) los que deberían atender no atienden jamás (se ratearon de la atención), ¿los chicos deberían estar sí o sí en sus pupitres? En el país de los ñoquis, en el que decenas de miles de vagos irrecuperables cobran sueldos que pagamos todos, gracias a sus padrinos políticos y sin ir a trabajar, ¿qué es la rateada estudiantil? Es simplemente un síntoma, el modo en el que, igual que un espejo, los chicos nos devuelven la imagen de la sociedad en la que crecen. Nos recuerdan la ausencia masiva de sus padres, que día a día se ratean de la función materna y paterna delegándola en la computadora, Internet, la televisión, el cibercafé, el boliche, la hamburguesería, el terapeuta, el pediatra, la escuela. La rateada es un grito de quienes nos recuerdan así que existen, que necesitan escucha, mirada, atención, guía, comprensión, estímulo, modelos. Es deber de los adultos no ratearse ante este llamado y no responder a él con hipocresía o con autoritarismo.      

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