miércoles, 16 de junio de 2010

Decir

Sergio Sinay 
Los asambleístas de Gualeguaychú dicen que son pacifistas. ¿Pero qué le ocurriría a quién intentara, haciendo uso de su derecho a circular libremente, cruzar el puente tomado? La Presidenta le dice a Lula que no hay prohibición sobre las importaciones, mientras camiones brasileños permanecen impedidos de avanzar en la frontera y mientras los supermercados dicen que se les “sugiere” no comprar productos importados.
Los temibles y violentos barras bravas argentinos lucen banderas oficialistas en el Mundial mientras funcionarios del gobierno dicen no tener nada que ver con ellos. Los dirigentes de los clubes de fútbol dicen que respetan los contratos mientras despiden directores técnicos. El gran poeta inglés (luego nacionalizado estadounidense) Wynstan Hugo Auden (1909-1973) sostenía que “"si el lenguaje está corrompido, lo que está corrompido es el pensamiento".
Y es evidente que, cada vez más, el lenguaje, en esta sociedad, está corrompido. No se usa para comunicar sino para manipular, para ocultar. Empobrece día a día, en los medios, en Internet, en los mensajes de texto, en el habla. Y esto nada tiene que ver con purismo idiomático. Es más grave. Cada palabra es un pensamiento. El modo en el que las palabras se relacionan y se convierten en frases, refleja la manera en que pensamos.
Si faltan palabras, faltan ideas. Si las palabras mienten, los pensamientos son falsos o perversos. La comparación entre lo que decimos y lo que hacemos habla de nuestra integridad. Si el “miente, miente que algo quedará”, del siniestro Goebbels, se hace costumbre en una sociedad, el sagrado puente del lenguaje deja de unir a las personas y el otro se convierte en alguien lejano. Aunque tenga patas cortas, la mentira deja siempre daños grandes. Y no siempre reparables.

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