Miguel Brevetta Rodriguez
De los tiempos del “Barquito Bar” en horas de la siesta, hasta bien entrada la tarde, asoman los fantásticos relatos de muchos amigos que por entonces, parecían saberlo todo, desde don Gaspar Villarreal, el periodista Osorio, el actor Justo José Rojas hasta el maestro Victoria, quienes narraban sus encuentros –no sé de qué tipo- con los fantasmas y los túneles del teatro 25 de Mayo.
A fines de los años sesenta no era mucha la información verificada, sobre los insólitos acontecimientos que – por dichos de los amigos- se reiteraban en nuestro primer coliseo. Se trataba de una especie de amena coincidencia con “Los fantasmas del Roxy” que no hace mucho inspiró Joan Manuel Serrat desde su álbum “Bienaventurados”. (1)
Por ese entonces el edificio de la calle Avellaneda, no había festejado sus sesenta años y eran tantas las anécdotas que cobijaba, que superan a las más febriles mentes de la época, cuando solamente algunas publicaciones aisladas confirmaban la existencia de los misteriosos túneles, mientras que otras lo negaban sin más explicaciones.
Al poco tiempo de aquellas amenas charlas de café, asumí como Director General de Cultura de la provincia, con competencia sobre bibliotecas y museos, más el teatro de las mil anécdotas. Como no podía ser de otra manera en ese organismo, no existía presupuesto para iniciativa alguna. Se trataba de una dependencia dentro de un organigrama sin planificación, ni proyectos, centralizada, pero con una caja afectada, solo para el pago de sueldos al exiguo personal.
Claro, que no dejé pasar la oportunidad de llegar al fondo de la trama y me avoqué de inmediato a develar los misterios que escondían esas solidas paredes de las que se decían, albergaban una de las “acústicas” mas ponderadas de América.
En el mes de septiembre de 1973, por intermedio del periodista Cesar Leovino Suarez y el poeta Dardo del Valle Gómez convoqué a todo el personal de maestranza de la casa para que colaborasen con el proyecto de averiguar sobre la existencia de los comentados túneles existentes en el subsuelo del teatro.
También solicitamos la colaboración de los bomberos voluntarios quienes pudieron descender hasta la parte baja del escenario, desde donde extrajeron varias camionadas de polvo puro, previo a lograr transitable el lugar. Ilumínanos mediante poderosos reflectores la zona acicalada y se avanzó hasta aproximadamente lo que sería la fosa, previa a las primeras plateas, hasta que se detuvo el trabajo por falta de oxigeno. No contábamos con mascaras especiales para lograr el cometido, tampoco con otros elementos de iluminación.
Hacia la izquierda, es decir con vista paralela hacia calle Avellaneda, pudimos divisar dos túneles o galerías de reducidas dimensiones de aproximadamente un metro y medio de alto por igual tamaño de ancho, ambas podrían orientarse hacia la plaza principal y de allí bifurcarse hacia otros destinos. Se encontraban franqueadas por rejas de medio punto, gruesas cadenas y un candado de significativo tamaño. Sin intentar ingresar por el reducido pasaje, iluminamos la zona y advertimos que a escasos metros se elevaba –franqueando el paso- una construcción de tipo medianera, con ladrillos vistos, sin evidencia de vieja data.
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