Con Juan Domingo Perón.
Juan Manzur*
Cuando se menciona a Ramón Carrillo, estamos en presencia del paradigma de la salud pública argentina. Un médico que surgió de las entrañas de la pobreza en su Santiago del Estero natal, y muere, como una parábola de la injusticia, exiliado y enfermo con apenas 50 años.
La obra de Carrillo es un punto de inflexión en materia de medicina social. Sólo esa causa hace imprescindible reivindicarlo. Llegó a medalla de oro como mejor alumno de su promoción. Fue un destacado neurólogo y neurocirujano que trató de innovar permanentemente y que tuvo la oportunidad de formarse en los mejores centros de Europa.
Pero detrás del médico estuvo el hombre político y social. Mientras sostenía a su familia y a sus diez hermanos más jóvenes con dos trabajos, era testigo de las consecuencias de la Década Infame , a la que calificó como el "sistemático saqueo y destrucción" que sufrió la patria.
La grave enfermedad que padeció en 1937 que le dejó como secuela su crónica hipertensión y cefaleas progresivas, no impidió que entregara su vida a un proyecto nacional.
También brilló en el mundo científico y académico que lo ungió brevemente como decano de la Facultad de Medicina de la UBA.
En 1946, el presidente Juan Domingo Perón ve en él a un estratega del campo sanitario y lo incorpora primero al frente de la Secretaría de Salud Pública, la que posteriormente se transformaría en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación. Fue el primer ministro de Salud de nuestro país.
Si la historia se escribe con cifras, la gesta de Carrillo fue contundente. En ocho años de gestión duplicó el número de camas hospitalarias, de 66.300 a 132.000. En solo dos años erradicó enfermedades endémicas. Desterró el paludismo, la sífilis y otras enfermedades venéreas, tifus, brucelosis. Disminuyó drásticamente los índices de mortalidad por tuberculosis y redujo a la mitad la mortalidad infantil.
Pero visto desde hoy, un dato sobrecoge por su monumental gestión: creó 234 hospitales y policlínicos.
Carrillo fue el precursor de la medicina preventiva y la medicina social, y de la organización hospitalaria con el apotegma "centralización normativa y descentralización ejecutiva".
Pero Carrillo fue quizás el gran río que alimentó el océano que fue Eva Perón. Su preferencia por los más humildes y los más necesitados fueron epicentro permanente de su gestión sin descanso. Una de sus frases emblemáticas lo pinta de cuerpo entero: "Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas".
Hoy, con humildad y ahínco, nos sentimos sucesores y depositarios de semejante derrotero.
*Ministro de Salud de la Nación
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