lunes, 8 de marzo de 2010

Una esencia humana común a mujeres y varones*

"La igualdad de hombres y mujeres ya resulta indiscutible".
Hebe Luz Ávila


La educación de los siglos XVIII y XIX (tradición ilustrada), basada en las discrepancias biológicas, era diferente según fuera para niños o niñas, a fin de que encarnaran la esencia masculina y la esencia femenina y desarrollaran las virtudes propias del varón y de la mujer respectivamente. Se reconocía la complementariedad entre varones y mujeres, la diferenciación entre virtudes femeninas y masculinas y se consideraba natural la subordinación de las mujeres a los varones.
El primer logro del movimiento de emancipación de la mujer fue el reconocimiento de una esencia humana común, una dignidad y una índole ontológica de la persona humana compartidas indistintamente por la mujer y por el varón. Así, el primer feminismo moderno de Mary Wollstonecraft (1792) reclamaba para las mujeres su reconocimiento como seres humanos en cuanto tales, independientemente de su condición sexuada. Exigía que la virtud significara lo mismo para un varón que para una mujer, ya que el elogio de las virtudes femeninas llega a ser el más eficaz anestésico para el sometimiento de las mujeres a los papeles subordinados que han establecido los hombres. 
Recordemos que la idea de una esencia humana común a mujeres y varones, cuya diferenciación en estereotipos es accidental, la encontramos ya en la tradición metafísica con Platón (427-347 a. C), que reconoce  una misma naturaleza para el hombre y la mujer, por lo que entiende que es lógico que tuviesen las mismas oportunidades a través de una educación igualitaria. Luego, con la Ilustración,  Descartes (1596-1650) dictamina “el espíritu no tiene sexo” para llegar al iusnaturalismo moderno que proclamará la igualdad ante la ley. En efecto, ya en 1640 Thomas Hobbes en sus obras Elements of Law y De Cive, reprobaba la autoridad patriarcal y señalaba el carácter puramente convencional de la dominación del varón sobre la mujer. Entendía que en estado natural, hombres y mujeres (la especie humana) son iguales, y toda situación de sumisión y de dominio es artificial, establecida por los mismos individuos. Pero será Stuart Mill (1806-1873) quien asuma el derecho al voto de la mujer, ya que entendía que la solución de la cuestión femenina pasaba por la eliminación de toda traba legislativa discriminatoria, lo que permitiría que las mujeres se liberen de su sometimiento y logren su emancipación.
De esta manera, el  progresivo reconocimiento de la igualdad fundamental de ambos sexos en la dignidad común de la especie humana, permite el  masivo acceso de las mujeres a la educación media y superior en las últimas décadas y con ello,  la gradual eliminación de la antigua diversidad funcional.
A esta altura del desarrollo humano, la igualdad esencial de hombres y mujeres ya resulta indiscutible. La racionalidad y el pensamiento no tienen sexo, es decir, que existe una idéntica capacidad de ambos para el discurso racional, para inferir unas verdades de otras, a pesar de la multisecular creencia de  la complementariedad de la racionalidad masculina y la emotividad femenina. Sabemos ya que no están marcados sexualmente la abstracción, el cálculo, la inferencia o la deducción. Por ello, sostener que existe una lógica o una razón vital femenina, conlleva a una disminución de derechos de las mujeres y  su subordinación a la racionalidad o al poder de los varones.

*Parte del ensayo "Iguales en derecho, desiguales de hecho", premiado en la Universidad Nacional de Tucumán (2008).

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