Luis Pico Estrada
El punto adquiere interés, porque Cristina agrega cada día un torrente agresivo a la afligida actualidad. Es como si quisiera torcer el destino llamando perros o buitres a sus adversarios. Tanto empeño lleva a reflexionar acerca del significado de ese mensaje, y de su encuadre en el discurso político en general y en la larga tradición discursiva del peronismo.
Pero no se trata sólo de palabras. La semiótica moderna ha cuestionado la premisa res non verba. Ella nos enseña que las palabras y los gestos, los énfasis y las entonaciones tienen la misma significación y rotundidad que cualquier otro hecho colectivo.
En esta serie, el discurso kirchnerista se acerca y se aparta del de Perón. Como éste, Kirchner también llega desde otro lugar: es un pingüino venido del Sur. Cuando llama a la transversalidad o, en raras coyunturas, apela al conjunto de los argentinos, roza a Perón. Y se aleja de él cuando el enfrentamiento con los contradestinatarios absorbe todas sus energías discursivas hasta convertirse en el motivo excluyente de la enunciación. La joven investigadora Ana Montero condensa muy bien este rasgo, al decir que el discurso kirchnerista "está absolutamente habitado por las voces de sus adversarios".
Resta considerar el tema de las fronteras. Toda facción política, dirán los analistas de discursos, debe trazar una línea para diferenciarse de sus oponentes. Con decisivas gradaciones, en política siempre hay una pugna entre "ellos" y "nosotros". El abuso de esta distinción es un rasgo de nuestra historia, que Perón intentó subsanar cuando agónicamente declaró que para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino. A su modo, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde respetaron ese precepto.
Los Kirchner, en cambio, parecen haber vuelto a la extrema polarización. Sin más violencia que la verbal, lo que es un logro, pero impidiendo cualquier forma de negociación o acuerdo. Como se ha dicho tantas veces, los inspira un ethos setentista. En ese punto son infieles al último Perón y al espíritu, no a la letra, de la democracia. Como los ideólogos de la JP de los años 70, enuncian desde la latitud de la discordia eterna. Desde el lugar trágico donde se excluye al "otro".
La sociedad argentina ya no quiere ese texto. Ni en el gobierno ni en la oposición. Rechaza las peleas, los personalismos y las profecías catastróficas. Por eso, los dirigentes que encarnan tales actitudes están perdidos. El ocaso del estilo querellante abre la puerta al porvenir.
Por último, pero no lo último: es urgente volver a la historia. Habrá que trazar una nueva frontera que ponga al país dentro del sistema mundial, entendiendo que el capitalismo, aun con todas sus fallas, es, hasta nuevo aviso, el modo realista de progresar.
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