Pilar Rahola
Chávez junto a sus aliados argentinos.
Birlo la expresión a Màrius Carol, que afinó en la puntería. Ciertamente, lo de Chávez es un "talk show permanente", y su sobreexposición no sólo es producto de su innata e insufrible verborrea, sino que ahonda en los barrizales del populismo fascistoide.
Lentamente este personaje que, cual vampiro de la memoria, ha abducido el buen nombre de Simón Bolívar -que volvería a morirse si se viera en tan soez boca-, va utilizando la democracia para desmantelarla, y va creando las bases de un neosocialismo de bolsillo, cuya interpretación bolivariana es riqueza para unos, pobreza para la mayoría, y por el camino, hacer lo que les da la gana con el bien ajeno.
Queda para la historia de la autarquía zafia el espectáculo televisado de un Chávez requisando, micrófono en mano, las propiedades de pobre gente que estaba en el cruce de su mirada. Si no fuera la pista de aterrizaje de la tiranía iraní en la región, si sus vasos comunicantes con el terrorismo de las Farc no fueran tan obvios, si no se dedicara a comprar voluntades con su ingente riqueza y a desestabilizar toda la zona, quizás sería un muñeco de guiñol. Una broma.
Pero de broma no tiene nada, y lo tiene todo de problema. No sólo por sus múltiples abusos, su desprecio a la legalidad y sus insultos a diestro y siniestro del mapamundi, sino porque el modelo de régimen que construye y exporta está basado en la destrucción sistemática y planificada de los fundamentos de la libertad. La cuestión no es que lo hace, y lo hace cara al sol, como sus homónimos españoles de otros tiempos. La cuestión es que le sale gratis.
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