Las demandas de los médicos eran fáciles de cumplir.
La reciente crisis del gobierno de Gerardo Zamora, esta vez con los trabajadores de salud, pudo haberse solucionado en julio o agosto, con dos o tres llamadas por teléfono, media docena de reuniones entre los médicos y algún ministro o subsecretario y media docena de medidas tomadas a tiempo. ¿Por qué esperó tanto tiempo?, se preguntan algunos observadores.
La respuesta en que coincide la mayoría es casi unánime: los radicales en general son inútiles para gobernar y Zamora en particular lleva el axioma casi hasta la perfección, es decir, es un perfecto inútil. Si no, no se explica que Carlos Arturo Juárez haya gobernado con 30 millones de pesos de presupuesto y jamás haya tenido planteos de esta naturaleza. La coparticipación que recibe hoy la provincia es diez veces mayor, cerca de 300 millones de pesos, pero con esa plata Zamora no es capaz de satisfacer las demandas mínimas de la sociedad.
Nadie le planteó que los médicos de hospitales públicos de Santiago cobraran como los de Cleveland Clinic, en los Estados Unidos. Sus demandas son simples, lógicas y relativamente fáciles de cumplir: quieren estar todos en planta permanente, no cobrar cifras en negro para que sus jubilaciones sean efectivamente del 82 por ciento, equiparar los sueldos de los médicos residentes con lo que cobran en la Nación y aumento del básico en consonancia con la canasta básica de alimentos que es de 2.600 pesos.
Organizar una licitación para hacer un hospital, una terminal de colectivos o un autódromo en Las Termas, es tarea relativamente fácil, sólo hay que tener dinero y los técnicos suficientes como para supervisar la obra.
Gestionar, es decir entrar en el cuerpo a cuerpo con los expedientes de todos los días, auscultar el humor de la sociedad, conversar y acordar con diversos sectores es algo a lo que no está dispuesto Zamora, igual que sus jefes los Kirchner, Néstor y Cristina en ese orden.
Para peor en este caso dejó que los médicos se organizaran en asamblea. Con éste o aquel sector no le sería difícil acordar, incluso podría haber conversado con uno u otro médico individualmente. Pero cuando tomaron la organización de asamblea, si bien conversar y hablar con algunos no era demasiado difícil, lo complicado era que tomaran una decisión, puesto que todo debe ser consensuado entre varios en el mejor de los casos, entre muchos en el peor.
El gobierno perdió su autoridad con la policía en el 2006, después cargó sobre sus espaldas más de una treintena de muertos en el Penal de Varones, luego un humilde empleado que denuncia corrupción es hallado descuartizado, presumiblemente -según se dice en la calle- luego de que lo mataran bolseándolo. Esta vez quiso hacer lo que sabe al tirar un muerto a la mesa de negociación con los médicos: la sociedad estaba atenta y le respondió que si había fenecido la culpa era suya porque ocurrió en un hospital público.
No le quedó otro remedio más que llamar a los curas a ver si le sacaban las castañas del fuego. Los obispos dejaron de contar las plumas de las alas de los ángeles y con dos o tres movimientos magistrales ensuciaron la cancha de tal forma, que esta noche, cuando los auto-convocados se reúnan con las autoridades en la Casa de Gobierno, serán parte de un movimiento que murió el miércoles a la noche cuando un grupito de médicos decidió que ya era bastante, que empezaban a desandar el camino y que era hora de volver a los hospitales. El retorno, es la desgracia de los santiagueños, obnubila a cualquiera.
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